La primera pregunta es tan sencilla que casi vamos a excusarle la respuesta:
–¿Está usted dispuesto a vacunarse tan pronto como exista un fármaco con ciertas garantías de protegerle del coronavirus?
Demasiado fácil. En efecto, ahora viene la parte peliaguda, desconecte unos segundos el móvil porque reclamo su atención indivisa:
–¿Y si la vacuna en cuestión está avalada únicamente por Donald Trump, en medio de las reticencias de los Demócratas?
El entusiasmo vacunador se resquebraja, pero no estamos planteando un caso teórico. En su discurso ante la Convención Republicana desde la Casa Blanca, el presidente de la nación indispensable prometió una vacuna a finales de año, o quizás antes. Es un pinchazo inesperado, porque Trump era un batallador antivacunas, a las que ha acusado en repetidas ocasiones de desatar “una epidemia de autismo en la infancia”. Dado que nada puede sorprendernos en el rey de la política basura, el escándalo surge cuando los candidatos Demócratas a derrocarlo muestran sus reticencias a la vacunación acelerada. La futura vicepresidenta Kamala Harris, porque Joe Biden está embalsamado, insiste en que “no confiaré en Donald Trump, necesitaré otra fuente fiable sobre la eficacia de la vacuna”.
Sé que le sigue dando vueltas a la segunda pregunta, ahora que el presidente de Estados Unidos acusa a los Demócratas de “difundir una retórica irresponsable antivacunas”. Para introducir unas gotas de erudición, la situación recuerda al retraso en la liberación de los rehenes en la embajada estadounidense de Teherán en 1980, pospuesta para dañar a Carter hasta que Reagan ganó las elecciones. Y si no la tiene todas consigo al saber que le vacunará el Doctor Trump, tenemos otros médicos de guardia. Los doctores Putin y Xi Jinping estarán encantados de suministrarle unas dosis.
