El coronavirus ha terminado de cambiar la forma en que consumimos y el turismo no es una excepción. El cambio de comportamiento se había producido años antes, cuando los clientes comenzaron a comprar las vacaciones a su aire en Internet, dejando a un lado las agencias de viajes. Pero ahora que ya no hay certezas de cuándo y en qué condiciones se puede viajar, el salto del intermediario se ha acentuado más. Las personas buscan garantías y contactan directamente con el hotel o la aerolínea.

En los tiempos que corren, el valor de un intermediario no pasa por adornar el producto, sino por dar valor al cliente ofreciéndole un servicio más allá de la compra del hotel o el avión. Ofrecer el seguro de viaje, reservar una mesa en el mejor restaurante o gestionar las entradas de un evento que tendrá lugar en destino durante su visita (y no me refiero a ofrecer excursiones en grupos como borregos). De hecho, desde hace un tiempo pienso que las agencias deberían dejar de cobrar por la venta de billetes de avión y alojamientos, pasando a vender servicios complementarios, que es donde el cliente realmente encontrará el valor.

En cuanto a la promoción, la nueva generación es diferente, el turista actual no busca tanto el lujo en la marca o en la ostentación, el auténtico lujo es vivir experiencias auténticas, motivo por el que los destinos de Europa del este están siendo cada vez más atractivos porque no están saturados de visitantes.

El turismo en España sigue siendo igual que hace 50 años, todo el esfuerzo está en el sol y playa, una estrategia que tras el coronavirus no ha cambiado. En cuanto se ha podido viajar, hemos corrido a buscar al turista de tres estrellas y todo incluido, en lugar de perseguir al que busca la tranquilidad de enclaves más apartados, las fincas o los viñedos y que no tiene problemas para pagar cuando encuentra lo que quiere.

Prueba de ello es la prueba piloto de la Playa de Palma en junio, antes de la apertura de las fronteras, realizada por el gobierno para dar a conocer la isla como un destino seguro y de confianza. La intención fue buena y era difícil reaccionar mejor con tan poco tiempo para conseguir salvar la temporada de verano, pero tenía fecha de caducidad y poco que aportar. No se ha pensado de forma paralela una estrategia más a largo plazo. 

Hay que mejorar el control en la llegada de turistas y hay formas de hacerlo sin frenar la demanda. No se trata de imponer cuarentenas, sino de ganar la confianza de los visitantes haciendo test y asegurando al máximo el cumplimiento de las medidas de seguridad. Dotar de contenido al sello "COVID free" que tan rápidamente pusimos en marcha.

Marcas como Meliá o Iberostar están apostando por un turismo de calidad con inversiones millonarias en mejoras y en sostenibilidad. Los esfuerzos de la promoción pública también deben ir en ese sentido. 

Tenemos un entorno único y es el momento de dejar de regalarlo. No se trata de batir récord de visitas cada año, sino de atraer turismo de calidad y para ello debemos cuidar al máximo la oferta. Si no buscamos la manera de diferenciarnos tendremos que seguir compitiendo en precio y eso, en las agencias de viajes, ya saben como termina.