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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Lo que sucede cuando se profesa lealtad a miserables

Lo que se acaba de conocer del sumario sobre el espionaje del PP a Luis Bárcenas, deja a Pablo Casado, entonces responsable de información del partido, mucho peor que desairado

La irremediable endeblez política de Pablo Casado (no hablemos de ética, estética y moralidad, ausentes desde siempre) luce refulgente con el conocimiento del sumario de la llamada Operación Kitchen. Francisco Martínez, letrado de las Cortes, que fuera secretario de Estado de Seguridad con Fernández Díaz, ministro del Interior en el Gobierno de Mariano Rajoy, donde María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, era ministra de Defensa, deja dicho ante el juez que sirvió a una colección de "miserables", calificación que otorga a Rajoy, Fernández Díaz y Cospedal. Martínez no quiere que se le adjudiquen responsabilidades que no le corresponden. El magistrado García Castellón ya ha imputado a Fernánez Díaz, conocido por condecorar imágenes de vírgenes con las medallas al mérito policial, y por haber organizado (presuntamente) una mafia policial al servicio del PP, porque está claro que se pueden ofrecer medallas nacionalcatólicas, recogerse en el Valle de los Caídos y ser, además de presunto delincuente, el más torpe ministro del Interior (según el exdirector de ABC José Antonio Zarzalejos) de cuantos ha habido en España después de la dictadura franquista. Ese es el inicial relato de lo acaecido el lunes, día en el que el actual presidente del PP, siempre presto a la verborrea incendiaria, enmudeció. Será porque con Mariano Rajoy fue vicesecretario de Comunicación de aquel PP, del mismo PP, en lo esencial, que hoy lidera.

La endeblez de Casado se hace visible al recurrir a antidemocráticos argumentos para apuntalar la negativa a renovar el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) entre otras instituciones fundamentales del Estado; junto a él, sobresalen las contorsiones que los medios madrileños adictos prodigan para darle pátina de credibilidad a la estrategia, que no es otra que la de procurar que perdure la actual situación, caducada tanto por su agotamiento legal como por el resultado de las elecciones generales. Nada puede esperarse de quien dice del Gobierno que es ilegítimo, situándose con la soflama al margen de la Constitución, con la que en vano se llena la boca. La Operación Kintchen ha venido para evidenciar que las viejas miserias, los miserables denunciados por Francisco Martínez, no se han desvanecido con Casado, sino que están profundamente enquistadas en las estructuras del partido. Casado ni quiere ni puede hacer del PP otra cosa de lo que ha venido siendo. Lo que sí se le permite es situarlo todavía más a la derecha para competir con Vox.

¿Cuál será ahora el argumentario que exhibirá el PP para negarse a entrar en la negociación para renovar las instituciones? ¿La presunta corrupción de Podemos? ¿Las descalificaciones de los de Pablo Iglesias a Juan Carlos de Borbón? ¿Su explícito republicanismo, opción legalmente amparada por la Constitución de 1978, la misma que establece la monarquía parlamentaria? No, de lo que se trata es de blindarse hasta dónde se pueda para evitar que lo que se dirime en los tribunales se lleve por delante al PP. No hay otra razón.

La inmensa desazón para quienes creen que la derecha ha de volver a gobernar para deshacer los múltiples entuertos que zarandean las Españas es que con el actual PP, con el PP de Pablo Casado, no va a ocurrir en plazo predecible. Los llamados poderes fácticos de la derecha lo saben, pero no dan con el modo de revertir la situación sin acometer un baño de sangre: la decapitación de Casado y su equipo, la de hacer definitivamente tabla rasa. En síntesis, la de copiar lo que Pedro Sánchez ejecutó con el viejo PSOE, del que no han quedado ni los rescoldos. Casado es rémora. Kitchen le recuerda que cuando sucedió él estaba allí, era el pizpireto vicesecretario de Comunicación, encantado de haberse conocido.

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