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Eduardo Jordà

En un autocar

La verdad exige matices y claroscuros. En cambio, la propaganda -la mentira- sólo exige una visión maniquea de la realidad

Por una avería en el coche, he tenido que hacer varios trayectos en autocar en una zona donde viven muchos temporeros inmigrantes. Han sido trayectos relativamente largos -de más de media hora-, y los autocares iban llenos, de modo que los pasajeros estábamos viviendo una situación de riesgo. Lo que más me ha llamado la atención es que los temporeros subsaharianos que ocupaban los autocares -había unos veeinte en cada trayecto- iban todos con la mascarilla puesta y guardaban escrupulosamente la distancia de seguridad cuando hacíamos cola y cuando subíamos al autocar. Estos temporeros malviven hacinados en casas semiderruidas y cobran salarios de miseria, pero en estos tiempos de pandemia he visto a poca gente que se comporte con el mismo civismo que ellos. Y debo insistir en que todos esos pasajeros cumplían con las medidas de protección y llevaban puesta la mascarilla (una mascarilla, por cierto, que supone un gasto que nosotros podemos permitirnos, pero ellos desde luego no).

Sin embargo, en uno de los viajes se produjo un pequeño incidente. Un pasajero iba dormitando en su asiento, con el respaldo abatible invadiendo el asiento trasero, y ese pasajero no llevaba mascarilla. Una señora que se sentó detrás de él se lo hizo notar -muy amablemente, sin asomo de crítica-, pero ese pasajero reaccionó de malas maneras y volvió a tumbarse en su asiento sin ponerse la mascarilla. Por un segundo se produjo una situación muy tensa. Otra señora empezó a quejarse de ese pasajero, que por su acento parecía magrebí y que estaba poniéndonos en peligro a todos. Se unió otra señora más. El hombre no hizo caso a las quejas y siguió impertérrito en su asiento, con la mascarilla a la altura de la barbilla. Pensé que iba a formarse un buen barullo, pero las señoras dejaron de protestar, se cambiaron a otros asientos libres y dejaron al pasajero magrebí en su sitio, durmiendo sin la mascarilla y poniéndonos en peligro a todos.

Mientras el autocar seguía su ruta, pensé en cómo se habría tratado ese hecho en las redes sociales. Y pensé también en cómo se habría interpretado ese incidente en los medios de comunicación, en estos tiempos de polarización ideológica en que el activismo ha sustituido por completo a la búsqueda de la verdad. Imaginemos los titulares: "Inmigrante ilegal pone en peligro mortal a los cincuenta pasajeros de un autocar" (tuitero o periodista inclinado a la derecha). O por el contrario, si el incidente hubiera sido relatado por un periodista de La Sexta o del entorno mediático de la izquierda: "Vergonzoso incidente racista en un autocar". Y lo mismo habría pasado en Twitter y en las redes sociales. Para unos, un inmigrante magrebí se proponía contagiar intencionadamente a los pasajeros de un autocar. Para los otros, un pobre inmigrante desvalido sufría las iras de unos burgueses histéricos que le insultaban por ser inmigrante y por ser magrebí. Y en los dos casos, por supuesto, nadie habría contado la verdad.

Este es el mundo informativo en el que vivimos. La verdad exige matices y claroscuros. En cambio, la propaganda -la mentira- sólo exige un visión maniquea de la realidad que se adapte a nuestros prejuicios ideológicos. Para la derecha populista, el inmigrante magrebí sin mascarilla era un peligro público, y el corolario de esa afirmación es que "todos" los inmigrantes (legales o ilegales) suponen un peligro público para nosotros (olvidando intencionadamente que dentro del autocar viajaban muchos inmigrantes que cumplían a rajatabla con todas las normas de protección). Por el contrario, para la izquierda podemita (y el PSOE polarizado de Pedro Sánchez se ha instalado en esa visión del mundo), cualquier crítica a una actitud reprobable por parte de un inmigrante debe ser considerada "por principio" un gesto racista. Y en conclusión, esa crítica debe ser condenada sin paliativos. Da igual que el inmigrante magrebí no llevara mascarilla. Da igual que estuviera poniendo en peligro a los demás pasajeros del autocar. Recriminarle su actitud a ese pasajero incívico es, sin más, un despreciable gesto racista que en tiempos de " Black Lives Matter" debe ser denunciado sin paliativos.

La verdad ya no importa. Lo único que importa, lo único que interesa, es la propaganda y la manipulación desvergonzada de la realidad. El observador imparcial ha sido sustituido por el activista (entre la izquierda) o por el ciudadano asustado e histérico (entre la derecha). Y un hecho circunstancial se convierte en una batalla más en la interminable guerra cultural en la que la primera víctima, como pasa siempre, es la verdad: la compleja, la grisácea, la resbaladiza e incómoda verdad que siempre puede molestar a alguien porque no se ajusta a sus prejuicios.

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