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Tierra de Nadie

Una hora

Ayer estuve siguiendo el vuelo de cuatro moscas, porque sólo había cuatro, y me dio la impresión de que jugaban a "tú la llevas", pues se aproximaban golpeándose ligeramente y se separaban luego a gran velocidad. A veces, por efecto de la luz, una de ellas desaparecía en pleno vuelo y reaparecía enseguida como por arte de magia. Llevaban a cabo sus acrobacias en el centro del salón, sin abandonar un perímetro que quizá constituía para ellas una región aérea. En algún sitio he leído que baten sus alas más de doscientas veces por segundo, ya que jamás planean, lo que implica una resistencia fuera de lo común. No se agotan, pueden estar horas sin posarse en sitio alguno. Pero lo más prodigioso es que una de ellas, de repente, se puso a volar boca arriba. Al principio no me lo podía creer, pero me acerqué un poco, enfoqué la vista y juro que estuvo un buen rato surcando el aire del revés, como el que nada de espaldas.

Total, que no las maté. Dispongo de un espray mortífero, que las hace caer como a un caza alcanzado por un misil, pero perdoné a estas cuatro porque me pareció que montaban aquella fiesta para mí. De hecho, en un momento dado, no pude reprimir un aplauso. En esto entró mi mujer.

-¿A quién aplaudes?

-Bueno -dije en tono de disculpa-, a unas moscas.

Volvió a salir sin decir nada y yo continué disfrutando del espectáculo, que alcanzó su cénit cuando una de ellas aterrizó sobre el techo. Aterrizar sobre suelo o sobre una mesa es fácil porque cuentas con la ayuda de la fuerza de la gravedad, pero para hacerlo sobre el techo, y en vuelo normal, es preciso realizar una pirueta extrañísima. Creo que a las moscas les prestamos poca atención porque son gratis, aunque su existencia es prodigiosa. Hay muchas porque, al tener también numerosos depredadores, deben reproducirse a millones para no extinguirse. Las moscas les gustan a los pájaros, a las lagartijas, a las salamandras, a las gallinas, a los escarabajos, a las ranas? La mosca es una exquisitez. A nosotros nos dan asco porque somos muy melindres.

Cuando lleguen los primeros fríos, desaparecerán, lo que no quiere decir que no estén, sino que ignoramos dónde pasan el invierno. Daría algo por convertirme en mosca una hora. O dos.

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