Si hay algo que esté en boca de todos es la incertidumbre que rodea a este próximo mes de septiembre. Estamos a las puertas del curso escolar y nadie sabe casi nada. Ni cómo será, ni cuándo, ni dónde, aunque todos tenemos claro que será muy complicado.

A la falta de liderazgo y descoordinación de la ministra Celaá durante meses, se ha sumado la inactividad y el silencio inaceptable de un conseller March desaparecido durante todo el verano.

Los menores fueron los más perjudicados por el confinamiento de marzo, el curso se salvó gracias al esfuerzo redoblado de profesores y padres, y esa lección debería haber servido al Govern Armengol para prever medidas efectivas encaminadas a fortalecer el sistema educativo balear compaginando seguridad y enseñanza. Máxime en una comunidad como la nuestra que lleva demasiado tiempo luchando contra el fracaso, el abandono educativo temprano o la cifra de repetidores.

Pero el gobierno de la izquierda ha hecho dejación de funciones pensando que el virus se controlaba solo, que los turistas vendrían solos y que los colegios se abrirían solos. Nada más lejos de la realidad. El virus ha explotado en nuestras islas, las zonas turísticas se han quedado desiertas, los centros de salud se han vuelto a colapsar y la ciudadanía contempla estupefacta que no hay plan para el nuevo curso escolar.

Los escolares se sienten abandonados entre la incertidumbre y el temor. Los equipos directivos se han visto obligados a preparar múltiples planes de contingencia escolar sin recursos suficientes para ello. Las familias nos debatimos entre la angustia de proteger la salud o la conciliación. Y March ha descargado su responsabilidad sobre todos como si no fuera con él.

Lejos quedan muchas iniciativas parlamentarias del Partido Popular apostando por bajar las ratios de alumno por aula, construir centros, invertir en la concertada, aprovechar las plazas disponibles en centros de infantil, incrementar personal de apoyo... propuestas positivas que el presidente Company ha ofrecido en positivo para ayudar a despejar el horizonte educativo. Algunas incluso fueron aprobadas por la mayoría moderada de la Cámara balear, como la demanda de un plan nacional de lucha contra la brecha digital en las aulas o la reducción de barracones. Pero ni el mandato parlamentario ni los mil millones de euros de presupuesto anual han podido activar una consellería de Educación paralizada por un conseller escondido.

Ahora, cuando las reuniones sociales no pueden ser de más de diez personas, se nos presentan aulas de más de veinte niños sin posibilidad de mejorar por la falta de profesores y espacios para ello. No hay plan educativo, no ha habido previsión del Govern, no se ha invertido cuando tocaba y los números no cuadran. El desgaste de Armengol es patente por los nervios y peleas de los consellers socialistas.

Y ahora que los niños están a punto de desempolvar la mochila, surgen las prisas del gobierno por convocar reuniones y conferencias sectoriales que tapen la incertidumbre con algún titular.

No nos engañen. Nos merecíamos algo mejor.