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Antonio Papell

Del escrache al acoso

Pablo Iglesias mezcló territorios privados con conductas públicas, un error de principiante

El escrache es una figura política nueva que no hizo su aparición en España hasta el 15-M, a pesar de que nuestro país fue desde la llegada de la democracia muy activo en movilizaciones y manifestaciones de todo tipo, como si estuviera presto a recuperar el tiempo perdido durante la dictadura. El término proviene de Argentina, donde las víctimas de la represión militar llevaron a cabo persecuciones ad hominem contra los militares que habían conducido la terrible dictadura y que en los noventa habían conseguido con los indultos otorgados por Carlos Menem la práctica impunidad.

En nuestro país, los escraches fueron introducidos en 2013 por la misma gente, encabezada por Pablo Iglesias, que fundaría Podemos en 2014, bajo las siglas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Grupos organizados protestaron ante las casas de algunos ministros de Rajoy por los abundantes y cruentos desahucios que tenían lugar contra muchas víctimas de la crisis todavía irresuelta de 2008? La Real Academia se apresuró a dar carta de naturaleza al término, que ya descansa sobre una interpretación unívoca: un escrache es una "manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o de la administración, frente a su domicilio o en otro lugar público al que deba concurrir".

Analistas y sociólogos han subrayado que los escraches no casan bien con la idiosincrasia española porque en nuestro contexto cultural, europeo y católico, la vida pública y la vida privada están claramente diferenciadas. En el mundo anglosajón, en cambio, ambas forman un contínuum, las 'primeras damas' están institucionalizadas y la exhibición del grupo familiar es parte de las campañas frente al público.

Tal separación entre los dos ámbitos vitales fue vulnerada por Iglesias y su entorno. El líder morado introdujo, además, retazos consistentes de su privacidad en la almoneda pública. Teorizó primero sobre la modestia habitacional que debían mantener los revolucionarios como él, y cuando decidió comprarse el chalé de Galapagar, en contradicción con aquellas manifestaciones anteriores, sometió la adquisición a referéndum interno de las bases? Iglesias mezcló territorios privados con conductas públicas, en lo que ha de ser calificado necesariamente como un error de principiante. La inmensa mayoría de los miembros relevantes de la clase política viven en un domicilio más o menos desconocido por la opinión pública, y en todo caso no se considera la residencia privada un factor del debate político.

Por lo demás, es claro que la protesta institucional ha de ser ejercida por la oposición y no por quien ostenta el poder (se supone que el poder sirve para no tener que reclamar lo que se puede conseguir mediante la política), de forma que la organización de Pablo Iglesias, aunque conserve rasgos radicales y ácratas y pretenda a veces conciliar el disfrute de varios ministerios con la protesta y la crítica del statu quo, ya no practica el escrache? que sí es utilizado sin embargo alegremente por Vox desde la otra orilla del espectro.

Y en estas estamos: la familia Iglesias padece el escrache 'pacífico' de cientos de personas a diario, con la exhibición de símbolos, la emisión de cánticos y discursos, y la molestia de saberse en el centro de una polémica que necesariamente afecta a la tranquilidad de quienes están siendo permanentemente molestados. La Justicia no ha encontrado delito alguno en estas expansiones, en las que no hay coacción (si la hubiera, podría producirse un delito de abuso), ni los juristas son partidarios de que se reformen las leyes para limitar con más rigor los escraches (los técnicos jurídicos argumentan que el Código Penal se rige por el principio de mínima intervención), por lo que el único asidero que podrían tener las 'víctimas' del escrache es la persistencia, la continuidad: una manifestación deja de serlo cuando la presencia del manifestante se hace permanente.

La democracia es un sistema „el mejor„ de resolución pacífica de conflictos, por lo que hay que huir de los gestos aparatosos, de las presiones físicas y del ataque personal si se quiere que este depurado régimen no se distraiga en revueltas de poca monta y discurra solamente por sus cauces dialécticos naturales.

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