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Cupido, víctima del coronavirus

En el mundo de la distancia de seguridad la mascarilla no te deja sonreír, pícara, si alguien te interesa

Conocías a alguien en un bar. Sobre todo en la barra. O en la pista de baile. A veces la ilusión y el realismo mágico se tornaban tragicomedia, drama, surrealismo e, incluso, esperpento. Pero bueno. A veces... A veces te enamorabas. Y en alguna que otra ocasión, además, esa persona se enamoraba de ti. Nos enamorábamos, bueno, conocíamos personas de las que nos podíamos enamorar, en cualquier rincón y en cualquier momento. En el instituto. En el trabajo. En la biblioteca. En un concierto. En la cola del súper. En la discoteca. En el gimnasio. En las clases de inglés. En cursos de teatro. En el parque. En una cafetería... También estaba internet. Esas parejas que, tras pasarse horas y semanas chateando, hablando y videocharlando decidían intentarlo a pesar de la distancia y, para alegría de las compañías aéreas, volaban casi cada fin de semana de una punta a otra de España para verse.

El coronavirus nos confinó a todos. También a Cupido. Y la nueva normalidad es tan nueva que tampoco nos lo ha traído de vuelta. No hay apenas barras. No hay pistas de baile. Del instituto y otros cursos mejor ni hablemos. En los conciertos no puedes interactuar con los desconocidos con los que compartes metro cuadrado y sudor. No están los sueldos pandémicos como para plantearse empezar a volar cada semana. En el mundo de la distancia de seguridad la mascarilla no te deja, siquiera, sonreír, pícara, si alguien te interesa. Además, se nos ha quedado un mundo lleno de hipocondríacos. Qué fácil era la ilusión del amor cuando podíamos saludarnos con un beso, sonreír sin trabas, compartir medio metro de barra, abrazarnos, olernos...

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