Opinión | Tierra de Nadie
Juan José Millás
Mal trago
El sistema inmunitario parece idiota a veces: inflama los pulmones para defenderlos del virus, pero resulta que mueres antes de la inflamación que del germen. Todas las reacciones exageradas provocan más enfermedades de las que pretendían curar. Muchas guerras civiles han sido el resultado de una inflamación extraordinaria, lo mismo que numerosas amistades rotas por un quítame allá esas pajas salido de madre. El nacionalismo excesivo, por poner otro ejemplo, es el resultado de una inflamación patriótica que hace correr con frecuencia ríos de sangre innecesarios. Los fundamentalismos, en general, sean de orden político, religioso o económico, provocan desgracias colectivas sin cuento. Las fuerzas del orden, que pertenecen al sistema inmune, realizan en ocasiones cargas más dolorosas que el mal que pretendían evitar con ellas.
Los temperamentos obsesivos, como el de un servidor, sufren muchísimo por catástrofes anticipadas. Significa que hay gente que se pone la venda antes de que se produzca la herida. Tal es mi caso. Atravieso por temporadas en las que me levanto de la cama con la idea de que algo malo va a pasar. No algo malo en general, sino algo muy concreto: un cáncer. Ese dolor, ese bulto, ese malestar no pueden obedecer a otra cosa. Paso semanas y semanas atravesado por un padecimiento psíquico tremendo, entre el miedo de acudir al médico y la conveniencia de hacerlo, y cuando acudo a él, me dice que es un ganglio.
- ¿Un ganglio?
-Sí, un ganglio. No le hagas caso. Se irá como ha venido. Si te molesta, te tomas un paracetamol.
Abandono la consulta aliviado y decepcionado, no sé si más aliviado que decepcionado o al revés. ¿Para qué sirvió toda esa inflamación moral que alimenté durante uno o dos meses? Para nada. Pero mi sistema inmune, en lo que se refiere a las cuestiones de conciencia, es más idiota que el de aquellos que mueren de neumonía por un virus que no se merecía tal despliegue eruptivo. Observo un niño en la orilla del mar y pienso que se lo va a llevar la resaca. ¿Dónde rayos estarán sus padres? Mi imaginación se pone en marcha y el crío se ahoga.
Luego, resulta que no se ahoga. ¿Pero quién me quita el mal trago?
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