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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

Mal olor

El desorden nos cerca, nos rodea, nos aflige como a esos solteros que no hacen la cama ni friegan los cacharros ni planchan la ropa. Me asomo a la vida a través de la prensa, de la radio o la tele y me ataca la impresión de que, bien sea por el virus, bien por la política, bien por una combinación diabólica de virus y política, tenemos la casa patas arriba. La jefatura del Estado, en cuestión; la coalición gobernante, en la cuerda floja; la oposición, cegata; la economía, hecha unos zorros; la neumonía atípica, en marcha. Hay que ser un titán para afrontar tal panorama, pues peor sería acostumbrarse a vivir en él, como viudos incapaces.

¿Por dónde empezar, por los cacharros que se amontonan en el fregadero, por el dormitorio, por el cuarto de baño? En la nevera hay quesos con moho, frutas podridas, macarrones yertos? Llevará una tarde vaciarla, meter toda esa descomposición en bolsas, trasladarlas al contenedor y limpiar las paredes del electrodoméstico. Solo pensarlo agota. Al final, lo aplazas para mañana y te sientas en el sofá a leer una novela. ¿Están nuestros dirigentes leyendo una novela en vez de estudiar el modo de acometer el otoño? No lo sé, pero la imagen, por ejemplo, de La Zarzuela, residencia del exjefe del Estado, con un cuerpo de guardia sin nada que guardar me viene una y otra vez a la cabeza como metáfora del vacío existencial que nos habita. Somos un país vaciado, quizá un continente vaciado, hueco.

Todos los telediarios son el mismo telediario, todas las tertulias son la misma tertulia, todas las tardes son la misma tarde. Todas las residencias de ancianos son la misma residencia de ancianos. Todas las muertes son la misma muerte. Quizá se produzcan nacimientos, pero nadie da cuenta de ellos. Hay una atmósfera como de tanatorio. Pareciera que nadie nace, que solo el acabamiento recorre nuestras calles, nuestras plazas, nuestros domicilios. Hay partos, cómo no, seguro que los hay, pero no salen en la prensa ni en Twitter ni en Facebook. Instalados en una especie de crepúsculo existencial, horadados por la melancolía y la desesperanza, solo nos falta resbalar en la bañera y quedarnos ahí tres o cuatro meses, quizá tres o cuatro años, hasta que un vecino perciba el mal olor. Lamento la tristeza.

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