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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El doble de nostalgia

La extinción de la industria del ocio compartido concede una sobredosis de tiempo libre a sus practicantes, que se han entregado a excesos nostálgicos. El coronavirus ha alumbrado una nueva especie de seres humanos, que están felices de haberse quedado sin trabajo porque han divisado un zorzal que no contemplaban desde su adolescencia. Gracias al coronavirus se respira mejor, advierten los radicales del optimismo forzoso, con el entusiasmo de un medievalista al descubrir un códice. No está demostrado que la sobrevaloración de los tiempos recuperados fortalezca el sistema inmunitario y reduzca el riesgo de contagio.

Si la nostalgia siempre es un error, imaginen cuando hay dos. En el salto sentimental hacia el pasado hay que medir bien la distancia, para aterrizar en el paisaje exacto a recuperar. El coma social inducido por la pandemia ha propiciado dos añoranzas enfrentadas. Los más audaces se han remontado a los tiempos previos a la civilización anulada por el coronavirus. Son fáciles de identificar porque su lirismo siempre se enfoca hacia plantas o animalillos redescubiertos, ahora que el ser humano ha dejado en paz a la naturaleza. En cambio, los nostálgicos de corto alcance se remiten a las comilonas en restaurantes atestados, al viaje continuo en avión a ninguna parte o al graderío ensordecedor del estadio.

Los supervivientes aterrorizados han de elegir entre una nostalgia rousseauniana, caracterizada por la recuperación efímera del salvajismo natural, y otra melancolía cortoplacista volteriana. En la segunda, una velada en el teatro justificaba la civilización en cita literal de Voltaire, frente a la situación actual en que un estornudo del vecino de butaca impresiona más que las tres horas de Hamlet. Con el doble de nostalgia, la densidad impostada de sentimentalismo equivale a una nueva religión, a dos velocidades.

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