Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Los viajes de Juan Carlos y de Casaldàliga

Los conocí a los dos, y en ambos casos puntualmente. A Juan Carlos en una recepción en la Zarzuela y a Casaldàliga, y por casualidad, en Perú. En los años ochenta, dar la mano al Rey de la Transición era un privilegio, si bien comenzaban los comentarios sobre su vida privada. Casaldàliga, encerrado con su Comunidad indígena en Brasil, ya era un mito eclesial y todavía más en los círculos avanzados del planeta, si bien sus relaciones con Roma comenzaban a agrietarse. Qué difícil es alcanzar el poder y comprobar que la alfombra roja o verde no se conmueve. Pero esta semana pasada, resulta que mientras Juan Carlos viajaba Dios sabe dónde, organizando una de las situaciones impensables hasta para el comisario Villarejo, moría Casaldàliga en un lugar profundo de ese Brasil multicultural e indómito, junto a los pobres para y por los que vivió, luchó y fue calumniado. Uno viajaba a donde le daba la gana y el otro a la Casa del Padre, tras tantos años de servirle en sus hijos más vulnerables y menospreciados. Los "señores de la tierra", en la Amazonia, descansan en paz. Viajes muy diferentes, pero con una similitud antropológica: dejaban su Ítaca maravillosa para navegar por mares misteriosos, del que uno podría volver y el otro, por el momento, no. Detalles. Pero en ambos casos, dejar la propia tierra para buscar otra de acogida, sobre todo "en estos momentos", como reza la carta de despedida del Rey de la Transición.

Y es que, para mí, como para tantos otros, Juan Carlos es la persona que, junto a Adolfo Suárez, el general Manuel Gutiérrez Mellado, Felipe González, Santiago Carrillo y Landelino Lavilla, entre otros, dieron a luz el camio de régimen hasta desembocar en la Transición, de la que toda nuestra estructura deriva. Dejemos de lado si nuestra Carta Magna necesita con urgencia una revisión en profundidad, pero mantengamos su permanente utilidad, sobre todo en los grandes artículos de naturaleza socioeconómica. Pero como ya insinuaba, muy pronto comenzamos a susurrar sobre la deriva extraconyugal del Rey y, algo más tarde también, sobre sus extrañas relaciones con sus primos árabes. Y por esos desagües fluyó el honor personal e institucional de un Rey, quien, más allá de sus aciertos gubernamentales, debía ser ejemplar para todos los españoles como cabeza del entramado institucional y razón de ser de la Monarquía: la cortesana Corinna fue el punto de llegada de una larga lista de errores mayúsculos, todos ellos conseguidos en base al corazón y al dinero. Siempre los jeques árabes como descarado trasfondo con sus besos en las mejillas. Como comprenderán, censuro este malgasto de la propia responsabilidad ejemplarizante, pero no olvido ni quiero olvidar que la superación del franquismo en gran parte se lo debemos a Juan Carlos I, el Rey de la Transición.

Y en un momento dado, agobiado, cabreado y hastiado de una acción perfectamente orquestada a partir de sus errores, escucha opiniones, las pondera, las relaciona con la institución que representa, no acepta renunciar a su título de Rey ni tampoco abandonar la Zarzuela, como le proponían amigos y enemigos, da el portazo y marcha por donde le da la real gana. Que no sabemos exactamente dónde pueda ser. Tenían a la presa acorralada y humillada, y pensaron que cualquier salida que le propusieran sería aceptada por el jabalí herido. Estaba claro. Pero este monarca muy baqueteado por acciones palaciegas innombrables, que alcanzaron el 23-F su ápice, de golpe y porrazo se puso en pie, recuperó el sentido de la dignidad, y sin dejar de ponerse a disposición de la justicia, les dio en las narices con un exilio temporal para buscar el calor de sus verdaderos amigos. Desconozco si era la mejor decisión, tal vez sí, tal vez no, pero hay que reconocerle una capacidad de reacción magistral ante la caza a la que estaba sometido. Lo malo no quita lo valiente. Sus declarados enemigos no calcularon los años de Jefe de Estado del Rey de la Transición. Y han hecho el ridículo. Les queda una última baza, pero espero que no la lleven a cabo. Todos me comprenden.

Casaldàliga es un personaje absolutamente distinto en vida y en viaje: optó por los más pisoteados de la historia, soportó críticas y censuras molestas y seguramente injustas, pero nunca dejó de poner con gran resolución la mano en el arado. El Sínodo de la Amazonia, en gran parte, se lo debemos a él, quien se movió sin cansancio contra sus devastadores, las potencias madereras de siempre. Nosotros discutíamos sobre uno de los pulmones del planeta, pero él se batía el cobre "in situ", durmiendo con frecuencia en lugares distintos para evadirse de los sicarios de los terratenientes. Todo un pueblo le amó y le veneró, y solo le odiaron los brutos y mendaces. Escribo sin el menor recato que en Casaldàliga hay "carne de santidad", y nada me gustaría más que el presente papa diera algún paso relevante en este sentido. Junto a San Romero de las Américas sería una maravilla contar con San Pedro de la Amazonia. Desde lejos, los nuevos cristianos siguen evangelizándonos. Y leyéndonos el Evangelio de Mateo.

En una semana, dos viajes y dos viajeros, que dejaron su Ítaca querida. Uno es ejemplo de cómo una gran tarea humana puede empañarse por las dos grandes pasiones humanas: la carne y el dinero. El otro, por el contrario, se alza ante nosotros como un jinete galopante tras el Señor de la Justicia desde el Amor. Uno, "en estos momentos" (la frase la clave de su carta de despedida), fue capaz de reaccionar como Rey. El otro permaneció en su línea de servicio a la justicia y a los pequeños de nuestra sociedad, y así habrá sido recibido por su Señor con los brazos abiertos.

Ítacas distintas. Navegaciones diferentes. Todos tenemos materia postpandémica para reflexionar sobre nuestros propios viajes.

Compartir el artículo

stats