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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Esperando a que lleguen septiembre y octubre

El otoño se anuncia preñado de negros, muy negros presagios; tras el verano se pondrá en evidencia la múltiple crisis, económica, social, política e institucional, que va a enfrentar este país

No le falta ningún ingrediente a ese agosto al que tan ingenua como voluntariosamente se quiere dar apariencia de normalidad. El estropicio provocado por Juan Carlos de Borbón es solo, ahí es nada, un elemento más del fuerte deterioro que aqueja a la estructura político-institucional de las Españas, a la que el destrozo económico y social generado por la Covid-19 está cebando hasta situarla en el límite del no retorno, a un paso de ser atrapada por la fuerza gravitatoria del agujero negro que, como otras veces en nuestra moderna historia, nos conduce al hundimiento o algo peor. Unicamente Europa, la Unión Europea, se configura como el salvavidas que evite el naufragio. Cuando llegue el otoño, al hacerse presentes septiembre y octubre, se podrá mesurar con cierta claridad dónde estamos y hacia qué nos encaminamos.

Las fallas económica y social, que lo envuelven todo, están siendo el vector necesario para que las otras hogueras adquieran la capacidad de descontrolarse. Institucionalmente España está abrasándose. Observar al jefe del Estado, al rey Felipe VI, recibir en audiencia en el Palacio de la Almudaina a las autoridades políticas regionales, al igual que cada año, para después visitar junto a su mujer e hijas Petra reivindicando la memoria (esa sí es válida) de Junípero Serra, vapuleada por la ira que recorre los Estados Unidos de Trump, da idea de que lo que no existe no se puede exhibir. No hay normalidad, ni apariencia de ella. La monarquía está atravesada por un proceso pretendidamente deconstituyente, que ya se verá lo que da de sí. Se hace evidente que los defensores de mantenerla son demasiadas veces los que más y mejor contribuyen a su deterioro. Empezando por Zarzuela y su empecinamiento en no aclarar dónde ha recalado Juan Carlos. Le sigue la derecha en bloque, con PP y Vox empeñados en ser los adalides de su defensa. En cada ocasión en la que Casado y Abascal afirman que serán dique en el que se estrellarán las olas republicanas restan apoyos a la causa. El secuestro de la institución por parte de las belicosas derechas, que niegan al presidente Sánchez la voluntad de defenderla, es objetivamente un obstáculo para que salga del marasmo al que los errores de Juan Carlos, la torpe, continuada en el tiempo, actuación de Zarzuela y los nuevos tiempos, tan distintos de los anteriores, la han conducido. Además, para dar cobertura al republicanismo, los fiscales de la Audiencia Nacional, en otro de los groseros ataques a la libertad de expresión que protagoniza la judicatura, abre investigaciones contra tres líderes de la izquierda nacionalista e independentista, Pere Aragonés (ERC), Ana Pontón (BNG) y Teresa Rodríguez (Adelante Andalucía) ante una denuncia interpuesta por una organización de extrema derecha de injurias a la Corona. Oportunidad para el republicanismo.

Un republicanismo que, aunque crece, por mucho que las encuestas que publican los medios de la derecha monárquica madrileña, encelados en negar las evidencias, digan lo contrario, carece del líder capaz de aglutinar, dar forma y hacer legible el frente republicano. No se atisba por ningún lado a los herederos de quienes encarnaron la mejor hora de la Segunda República: Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Miguel Maura e Indalecio Prieto. Sin políticos, estadistas, de su talla y fuste, junto a otros, es muy difícil que el frente republicano tenga la oportunidad de estructurarse como un elemento político válido, capaz de deshacer la costuras constitucionales que imposibilitan el tránsito del modelo de estado. Con Torra, Iglesias y demás republicanos irredentos la República seguirá siendo una ensoñación. Pero el deterioro institucional es tan profundo, que atisbar el futuro se hace difícil. Aguardemos a que septiembre y octubre iluminen tantas sombras.

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