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Antonio Papell

La formación, gran preferencia

El coronavirus, que irrumpió en España a mediados de curso escolar, produjo el cierre total de todas las instalaciones docentes en torno al 12 de marzo. Ello ha significado en la práctica la pérdida del curso académico, desde la preescolar a la universitaria, ya que no se han completado los programas, no ha sido posible articular exámenes (salvo los de selectividad), etc.

La imposibilidad de impartir clases presenciales y la existencia de Internet han puesto en marcha, como es natural, un rudimentario sistema de educación por vía telemática a distancia, que resume a la perfección lo que habrá de ser el futuro pero que, como es obvio, ha dado resultados muy pobres ya que a).-el profesorado no estaba preparado para impartir formación de este modo; b).-el sistema no estaba adaptado a la educación a distancia, por lo que la aprehensión de las materias se hacía difícil y no había modo de eludir suplantaciones, picaresca, fraudes,etc. y c).-sólo una parte relativamente pequeña de los alumnos disponen de la tecnología apropiada. La fractura social se incrementaba, pues, gravemente, ya que se producía una marginalización que dependía básicamente de la falta de recursos de las clases menos acomodadas.

La parálisis del sistema educativo es un hecho gravísimo, aunque da la sensación de que la gente „en las instituciones y en la calle„ está más preocupada por la crisis turística que por el cierre de escuelas. Ante este desenfoque, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, un hombre de indiscutible altura intelectual, ha avisado de que el impacto de la Covid-19 en el ámbito educativo supone que el mundo se enfrenta a una "catástrofe generacional" que podría "desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas". Guterres ha recordado que el cierre de escuelas debido a la pandemia ha afectado a cerca de 1.600 millones de estudiantes de todas las edades y en todos los países en todo el mundo, lo que genera repercusiones inmediatas y de largo plazo en ámbitos como la nutrición, el matrimonio infantil y la igualdad de género. Además, la emergencia sanitaria ha exacerbado las desigualdades que ya existían en la educación. Es evidente que este diagnóstico tan alarmante afecta sobre todo a los países del Tercer Mundo, pero también alcanza a las sociedades adelantadas, con problemas de desintegración, segmentación social muy pronunciada, pobreza infantil, salarios demasiado bajos, pérdida de derechos, etc.

Guterres ha ofrecido diversas recomendaciones para paliar este problema, y las dos primeras nos conciernen a todos: abrir las escuelas de forma segura en cuanto esté controlada la transmisión local del coronavirus y que se dé prioridad a la educación en las decisiones presupuestarias.

A muchos no extraña que las comunidades autónomas, tan remisas a la hora de buscar rastreadores, no estén trabajando febrilmente para poner en condiciones los recursos de forma que esté garantizada en septiembre la enseñanza presencial a todos los niveles, aunque ello requiera contratar a más docentes y gastar más dinero en educación. No sólo debemos normalizar el sistema sino que tenemos la obligación de mejorarlo para que la generación que ha sufrido la pandemia no quede rezagada y pueda recuperarse del impacto. Está bien que nos preparemos para una educación futura digital, en buena medida a distancia, pero a día de hoy la sustitución súbita de la educación presencial por la telemática amplía seriamente la fractura social, al tiempo que impide la conciliación laboral de la mujer.

Es significativo que la Comisión Europea, en el proceso que ha fructificado en la concesión de una gran ayuda a los países más afectados por la pandemia, haya hecho hincapié en que se trata de modernizar los países afectados mediante res vectores principales: digitalización, descarbonización y aplicación del Tratado de París, y formación. La formación es esencial para reducir el paro, mejorar la posición social de los trabajadores porque aportarán más valor añadido, industrializar el país, cambiar el modelo de desarrollo, afrontar con éxito el reto de la creciente automatización que nos llega a caballo del 5G y el internet de las cosas? La receta de Guterres, dar prioridad a la educación en las decisiones presupuestarias, es la única que dará resultado.

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