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Matías Vallés

La televida excluye el turismo

Los desplazamientos de masas ociosas están heridos de muerte, el modelo de ganadería turística se ha vuelto contra sus beneficiarios

Aunque se haya disfrazado del perfil con sobrepeso de Boris Johnson, es el modelo turístico quien se ha convertido en el enemigo público número uno de España. La pandemia era la única forma de frenar la carrera disparatada hacia los cien millones de visitantes. Los desplazamientos de masas ociosas y errabundas están heridos de muerte, se han vuelto contra sus beneficiarios. El valor de un selfie que corrobora un nanosegundo de contemplación de la Mona Lisa ha rodado por los suelos, frente al riesgo de contagio de la enfermedad mejor promocionada de la historia.

El calor es el mismo en todo el planeta, el alcohol también, el desplazamiento de riesgo en aviones comprimidos se hace innecesario. Hospitalidad ha pasado a traducirse por hospitalización, en los hoteles se pregunta por el acceso a los respiradores, y el maître toma la temperatura a distancia a los turistas antes de ofrecerles el salmón en un envase de plástico.

Países como Tailandia, con sus cuarenta millones de visitantes a cuestas, aseguran haber expedido el certificado de defunción del movimiento perpetuo en su territorio. En cambio, Madrid se aferra a la ficción del verano del 20, y a una negociación donde solo le falta ser bombardeado por Londres y Berlín. Los conspiranoicos atribuyen las cuarentenas a una promoción encubierta del turismo interno, olvidan que Italia no consigue turistas italianos ni abonándoles un cheque de 500 euros. La Capilla Sixtina no puede competir en atractivo con ninguna playa mediterránea, pero también está vacía.

Una proporción creciente de los turistas han optado por el no show. La retirada de los cargos de cancelación de las reservas ante el pavor al coronavirus les empuja a no personarse en la recepción del hotel, sin la cortesía de la anulación previa. El turismo de masas había creado los no lugares, localizaciones anónimas y anodinas que podrían hallarse en cualquier lugar del planeta. ¿Cómo asombrarse de que esta pasión por la indefinición haya alumbrado a los no turistas? Campañas como la flygskam sueca supusieron un tímido intento de despertar la vergüenza de volar por motivos climatológicos, la epidemiología ha sido mucho más efectiva en el vaciado de los pájaros de metal.

La culpa no es de artículos como éste. Los glosadores del teletrabajo a ultranza no pueden quejarse después si la plebe les toma la palabra. La televida excluye el turismo presencial por definición. La vocación de villanos de película de James Bond que controlan el planeta a distancia desde refugios inexpugnables, se ha erigido en la gran solución profiláctica para los privilegiados que la practican. Sin embargo, necesitan convencer a sus semejantes de que sigan obstinados en el mercado real. A diario se publican centenares de piezas celebrando la existencia plena que puede disfrutarse sin salir de casa. Suena bizarro pretender a continuación el desplazamiento turístico de cientos de millones de personas, a quienes se considera seres inferiores.

El turismo se crea y se destruye, queda por ver si sus manipuladores también sabrán transformarlo una vez que los teletrabajadores de alcurnia han decretado que su actividad favorita consiste en encerrarse en sus domicilios, paralizando así la economía planetaria. Los países emisores de turistas intentaban retener el éxodo de sus compatriotas, véase a Angela Merkel recomendando a los alemanes que descansen en el interior, y dando ejemplo al anular su tradicional veraneo en el Tirol. Ahora bien, las staycations o vacaciones sin viaje han adoptado su forma más radical. Sin salir de casa, a ser posible metidos en un armario con mascarilla. Las televacaciones.

No es un problema exclusivo del turismo. Cada parcela de negocio ha ideado escenarios en que quedaba exenta de la involución literal o inactividad económica que caracteriza al confinamiento, mientras lamentaba hipócritamente el hundimiento del vecino. En efecto, se trata de la misma alegría ante la desgracia ajena que caracterizó a la revolución digital, cuando Hollywood enumeraba los errores de la industria de la música como si no fueran a afectarle.

A riesgo de ser tachados de adeptos a las conspiraciones, es extraño que todas las medidas para luchar contra la pandemia beneficien a Facebook, Amazon o Apple, por citar a tres de los gigantes virtuales embarcados en la competición por ser el primer conglomerado con dos billones de euros de cotización bursátil. A escala planetaria, el estado de alarma no solo se llama así por la alarma que lo crea, sino también por la alarma que crea. Se imponen medidas radicales sin someterlas a una evaluación de sus resultados. La situación es preocupante cuando el recorte de derechos requiere explicaciones someras, mientras que las libertades han de argumentarse exhaustivamente.

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