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La pérfida Albión nos hunde

El Reino Unido pone en cuarentena al turismo en España

Los ingleses, que eran los mejores clientes de España, acaban de liquidarnos el verano sin más que poner en cuarentena turística a este desdichado país. Es fácil imaginar el efecto dominó que ejercerá en otras naciones proveedoras de turistas la orden del Reino Unido que disuade a sus nacionales de venir, como cada año, a ponerse tibios de cerveza y saltar desde los balcones de los hoteles.

Se escuchan ya diatribas contra la pérfida Albión por este desaire; pero ninguna culpa tienen los británicos de que la economía española dependa hasta tal extremo de los cuartos que aquí dejan nuestros visitantes. Con Barcelona, Madrid, el Levante y demás territorios turísticos despoblados de aquellos guiris que tanto molestaban hasta que se les ha echado en falta, el ya oscuro panorama financiero de España ha virado definitivamente a negro.

Ahora hemos descubierto -un poco tarde- cuánta razón llevaba Paco Martínez Soria, el de la boina, cuando sentenció que el turismo es un gran invento. Lo bastante grande como para aportar, el pasado año, 92.000 millones de euros al PIB de este país. Apenas veremos una minúscula parte de ese montón de billetes en este triste verano clausurado por la epidemia. Esa cifra excede, en un solo ejercicio, a los 72.000 millones de euros que el Fondo de Rescate europeo dio a España en ayudas directas para los próximos seis años. Y se acerca a los 140.000 millones que, en total, recibirá el país como compensación a los daños causados a su economía por el virus. Si el presidente Sánchez y sus ministros echasen cuentas, quizá se aplaudirían entre ellos con menos entusiasmo del que mostraron el otro día.

Lejanos parecen ya los tiempos en los que cundía la "turismofobia" y la guerrilla antiturística se afanaba en pinchar las ruedas de los autobuses repletos de guiris. Ninguna de aquellas acciones levemente xenófobas disuadió a las decenas de millones de turistas que año tras año nos escogían como destino. Lo que el movimiento antiturístico no consiguió, lo ha logrado en un pispás el bicho llegado de Asia sin que nadie lo invitase a veranear aquí.

El virus que no para de rebrotar, como si le gustase la playa, ha espantado a los británicos, a los alemanes y a los franceses que constituían la principal clientela del turismo en España. Más improbable parece aún que sigan llegando viajeros de lugares más lejanos como los procedentes de Japón, Estados Unidos y China. La España que Fraga llenó de paradores, suecas y bikinis desde un ministerio de nombre tan extravagante como el de Información y Turismo sufrirá este año, por primera vez en más de medio siglo, la clausura de su verano por orden vírica. Serán miles de millones de euros y decenas de miles de negocios los que se lleve por delante el condenado virus. Un desastre de tales proporciones que acaso nos haga añorar la crisis de 2008. Siempre podremos cargar la culpa sobre la perfidia británica encarnada ahora por Boris Johnson; pero tampoco es bueno engañarse. Quizá convenga ir cambiando el modelo español de negocio basado en el sol y la playa. No será fácil en este país de chiringuitos.

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