Cualquier normativa que salga de la vigilancia policial se transforma en un nicho que es rápidamente incorporado por el impulso transgresor de determinados sectores de la población. Es lo que está ocurriendo con los ruidos de los escapes de motos y coches.

Aunque existe una normativa respecto a los decibelios permitidos para los vehículos, la ausencia de sanciones por parte de la Policía local o la Guardia Civil ha permitido que la contaminación acústica en Palma escale al nivel de ciudades con el tráfico caótico de países tercermundistas.

Pero el problema es general. La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) en una publicación de este año llamada “El ruido en Europa” considera, en base a datos de la OMS, que los niveles sonoros por encima de los 55 decibelios constituyen una seria amenaza sanitaria para la población responsable de muchas patologías como el estrés, los trastornos del sueño, las afecciones cognitivas y las lesiones auditivas.

Incluso la DGT Dirección General de Tráfico (DGT) ha decretado el 24 de abril de 2019 el Día Internacional de Concienciación Sobre el Ruido, aunque luego no haya concretado una campaña sancionadora.

En Suiza, concretamente, ya se están empleando diversos sistemas de control, una antesala de estos cinemómetros para perseguir y sancionar a los usuarios.

Por lamentable que sea, el título del cuadro de Goya que reza La letra con sangre entra destaca un aspecto de la debilidad humana que ha quedado muy en evidencia con la presente pandemia. Solo cuando se anunciaron sanciones, se empezaron a ver masivamente las mascarillas.

Es de suponer que ocurrirá otro tanto con los ruidos.

Mientras tanto, cualquier hora y lugar de Palma sirve para comprobar este fenómeno, aunque las noches de la marcha palmesana en el Paseo Marítimo ofrecen la ocasión de asistir a un “concierto” especial.

Coches y motos compiten con escapes trucados y aceleraciones bruscas hasta niveles de ruido que superan de lejos los decibelios máximos permitidos a lo que se suman los coches tuneados con altavoces propios de macroconcierto. Como en toda carrera armamentista cada emisor necesita hacer más ruido que los otros para ser oído, que como veremos, es la esencia del asunto.

Lo sorprendente de este fenómeno es que cada “autor” dedica esfuerzo y dinero en aumentar su aporte de ruido.

Algunas webs y foros especializados en motos y coches dan trucos para lograr aumentar el sonido de fábrica de los escapes.

Una salida de gases de una Harley Davidson con “música” equivalente a varios tambores, ronda los 500 euros.

Como no deja de ser extraño que tantos usuarios dediquen esfuerzo y, dinero a una actividad inútil y dañina es interesante la exploración psicológica de los motivos para una conducta tan irracional.

Una premisa del conocimiento del funcionamiento psíquico es que cualquier conducta a de proporcionar algún tipo de percepción de beneficio, aunque este no sea visible o consciente o sea puramente imaginario.

En el caso de los motoristas escandalosos se trata de un extraño desarrollo de una condición universal de los seres humanos, que como animales gregarios que somos, necesitamos ser reconocidos por los demás.

En los estudios psicológicos del perfil de exhibicionistas y violadores se encuentran las claves de esta compulsión a hacer ruido.

El exhibicionista constituye un cuadro psicopatológico muy interesante y revelador. Generalmente se trata de un hombre que deambula a la caza de una víctima a la que selecciona por su carácter vulnerable, inocente y frágil.

Prefiere una niña inocente que una mujer con aplomo. El forzado espectador ha de quedar shockeado por la visión. Del mismo modo el motero o el automovilista ruidoso cuenta con que las explosiones de sus escapes trucados hieran los oídos del público a sabiendas de que incurre en un delito llamado contaminación auditiva, tipificado y pasible de ser sancionado.

Si bien podría afirmarse que el interés por el otro es inherente a la socialización y, por lo tanto, a todo acto de seducción, hay una peculiaridad que diferencia el reclamo de un seductor del de los exhibicionistas, conductores escandalosos y violadores.

La conducta de un seductor está movida por la esperanza de entablar una relación con la persona de su interés pero a condición de conseguir reciprocidad. La seducción busca el diálogo, la influencia y el intercambio.

El caso de los contaminadores acústicos está originado en la necesidad de evitar la invisibilidad y la insignificancia sobre un trasfondo de desesperanza de conseguirlo como no sea irrumpiendo en el mundo de los demás sin invitación e incluso con determinadas dosis de violencia.

Es el carácter degradado a la conducta del que se abre el abrigo para exhibir su desnudez como al que agrede los oídos de los demás, lo que lo distingue de la seducción.

Al ruidoso, como el exhibicionista y el violador los distingue la ausencia de intención de que sus acciones acerquen el interés del otro, es decir la ausencia de empatía. Por el contrario su impulso consiste en irrumpir agresivamente en espacios ajenos.

El novelista Oscar Wilde expresó con fina ironía la dimensión narcisista de prescindir del deseo de escuchar del que oye. “No voy a dejar de hablarle solo porque no me está escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”.