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Nunca más a cara descubierta

La mascarilla, esencial en el atuendo de la época que se avecina La temporada otoño-invierno viene con mascarilla, ese protector facial que hace unos meses no era más que un accesorio, en apreciación de Don Simón y sus reflexiones de tetrabrick, que ni blanco, ni tinto ni de color, y que en los próximos meses se va a convertir, por decreto ley, en prenda indispensable del atuendo. De tal manera que quien no lleve mascarilla parecerá que va en pelotas: pasear a cara descubierta será como ir mostrando las vergüenzas. Hasta que nos inyecten una vacuna que aún no existe, la mascarilla -junto con la higiene y el razonable distanciamiento- se supone el mejor salvoconducto del que disponemos para no pagar el peligroso peaje de los contagios masivos que, a la vista de los rebrotes, parece que se avecinan. Si la mayoría llevamos protección y algunos no lo hacen, la medida pierde efectividad de una manera alarmante. Los que usamos mascarilla estamos protegiendo a los demás de un posible contagio; los que no la usan tienen sin embargo la posibilidad de contagiar al resto. Resulta paradójico que quien se salta a la torera la recomendación de las autoridades esté más protegido que quienes la cumplimos a rajatabla. Esta reflexión deberían tenerla en cuenta todos aquellos que, irresponsablemente, se saltan a la torera las advertencias. Ahora las autoridades deberían garantizar el acopio, si no lo han hecho ya, del material de seguridad necesario para el personal sanitario, en previsión de la oleada que sin duda se avecina. Si los médicos y enfermeras vuelven a verse como hace unos meses prácticamente desnudos frente al virus, deberían rodar cabezas.

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