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Antonio Papell

En torno a la dialéctica derecha-izquierda

El actual presidente de Francia, Macron, formó parte del Partido Socialista de François Hollande y en agosto de 2014 fue nombrado ministro de Economía, Recuperación Productiva y Asuntos Digitales del segundo gobierno del primer ministro Manuel Valls, cargo que mantuvo hasta agosto de 2016 y con el que consiguió una gran adhesión popular, poco después de fundar el movimiento 'En marche' con la aquiescencia de Hollande pero con la enemiga del ala izquierda del PS. En torno a 2015, confesó que su militancia socialista había pasado, y de hecho se empeñó en organizar una fuerza centrista, con presencia de personalidades de la derecha tradicional y de la izquierda moderada. En mayo de 2017, venció en la segunda vuelta de las presidenciales a Marine Le Pen con más del 66% de los votos y a los 39 años se convirtió en el más joven presidente de Francia.

Tras la victoria, Macron nombró primer ministro, conservador, a Édouard Philippe, miembro de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), actualmente Los Republicanos, partido fundado en 2002 como apoyo para la candidatura de Chirac y después encabezado por Sarkozy; para evitar equívocos, Philippe se definió en todo momento como "un hombre de derechas". Y tras los malos resultados en las pasadas elecciones municipales, el 3 de julio Macron reemplazaba a Philippe por Jean Castex, otro conservador pero menos brillante que su predecesor, quien había llegado a amenazar en las encuestas la posición de liderazgo de Macron, algo intolerable cuando las próximas presidenciales de 2022 ya están a la vista.

La situación política francesa actual es ambigua, pero es claro que la mayoría presidencial es una amalgama de moderados de derechas y de izquierdas, en tanto la principal oposición es la extrema derecha, Le Rassemblement National, nuevo nombre del Front National de Le Pen.

En Alemania, la situación es igualmente compleja y en cierto modo equivalente: allí, la derecha socialcristiana (CDU-CSU) repitió tras las elecciones federales de 2017 una gran coalición con la izquierda socialdemócrata (SPD) que ya se había formado en 2013. En esta fecha, la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) no alcanzó por poco el 5% de la representación para obtener escaños en el Bundestag, pero en 2017 ya obtuvo el 12,6% de los votos y 94 escaños. En estas últimas legislativas, la CDU/CSU logró 246 escaños (casi el 33%) y hubiera podido gobernar con los liberales de FDP y la Alternativa para Alemania, pero Merkel rechazó rotundamente tal posibilidad, que hubiera legitimado indirectamente el neofascismo de la extrema derecha.

La transcripción a España de semejantes procesos „en los que han jugado ideologías y valores muy semejantes a los nuestros„ permite obtener ciertas conclusiones o, como mínimo, plantear algunos jugosos interrogantes. De entrada, no es voluntarista ni descabellda la idea de que los partidos democráticos no deben mezclarse con los que no lo son: en Francia y en Alemania toda la política se basa sobre este criterio profiláctico que aquí hemos vulnerado alegremente.

En segundo lugar, en estos dos países, derecha e izquierda mantienen sus inclinaciones ideológicas, que son conciliables entre sí y dan lugar a transacciones y a creativas negociaciones. Podrá deslizarse arriba o abajo la presión fiscal de forma argumentada, o cabrán actitudes distintas pero flexibles sobre la inmigración o el comercio, se solaparán o no completamente las posiciones sobre el futuro de la Unión Europea, pero ni el gobierno alemán ni el francés han dado últimamente pruebas de fracturas internas: es perfectamente posible que sus dos almas, en cada caso, gobiernen juntas y lo hagan constructivamente.

No quiero decir que tengamos que apostar aquí por la gran coalición (aunque sí he defendido el 'cordón sanitario' frente a la extrema derecha), que probablemente no case bien con nuestro régimen constitucional, pero sí sostengo que no necesariamente tiene que existir una polaridad enconada e irreductible entre el centro-derecha y el centro-izquierda. Si en Francia y en Alemania consiguen gobernar juntos durante largos periodos de tiempo y de forma estructural „no ocasional ni efímera„, ¿porqué razón tendríamos que creer que esta crispación inquietante, en ocasiones cargada de detestación y hasta de odio, es aquí inevitable?

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