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Antonio Papell

La peor aventura de nuestras vidas

Las absurdas presiones localistas de algunas comunidades autónomas, unidas a la falta de sentido del estado de ciertas formaciones políticas que no tienen claras sus preferencias, han puesto fin antes de tiempo al estado de alarma, que, en términos constitucionales, permitía colmar dos objetivos extraordinarios: centralizar la gestion de la sanidad frente a una amenaza exorbitante proveniente del exterior y permitir al poder ejecutivo limitar la movilidad de las personas para reducir la extensión de la contagiosa epidemia.

Una vez concluida la situación de excepcionalidad, el gobierno ha dictado un largo y prolijo decreto ley „el Real Decreto-ley 21/2020, de 9 de junio, de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19„, de treinta páginas de BOE, que regula la 'nueva normalidad' e imparte instrucciones de índole técnica, como el uso de mascarillas o el mantenimiento de la distancia de seguridad. Aunque de hecho, la gestión de la sanidad ha vuelto íntegramente a las comunidades autónomas, lo que significa que el ministerio de Sanidad, un cascarón vacío, regrese a su anterior impotencia.

Lo inquietante del caso es que el fin de la alarma, la liberalización de la movilidad y el abatimiento de las fronteras están provocando docenas de focos activos; en varios de ellos se ha detectado "transmisión comunitaria", es decir, que se ha desbordado el conjunto de las cadenas de contagio identificables y aparecen casos sin control. En Lérida, por ejemplo, esta es la situación.

Frente a esta evolución, que ha sido calificada de preocupante por Fernando Simón y por los responsables epidemiológicos de las distintas regiones, las autonomías extienden la tesis, totalmente infundada, de que con el final del desconfinamiento, la responsabilidad de la lucha contra la pandemia ha recaído en los ciudadanos, es personal. En definitiva, la transmisión del virus se extinguirá „se da a entender„ si los individuos cumplen lo prescrito: utilizan correcta y constantemente la mascarilla, se lavan frecuentemente las manos y mantienen las distancias de seguridad.

Frente a semejante sofisma, hay que objetar, de entrada, que gran parte de los contagios se están debiendo a la inevitable circulación de personas que permanecen al margen del sistema social „temporeros recolectores de fruta, sobre todo„, que viven en condiciones de clara explotación, y que sin ayuda oficial „de las comunidades„, difícilmente podrán controlarse y someterse a las normas establecidas. En Lérida, y a pesar de Torra haya puesto un énfasis especial en lavarse las manos y en endosar a los catalanes la tarea de protegerse, la pandemia se ha extendido por la pasividad de las instituciones frente a esta población nómada, que debería ser identificada, reconocida, legalizada, hospedada y controlada sanitariamente.

Pero, además, las cosas no son tan sencillas como las dibujan las autonomías: la lucha eficaz contra el virus „pongamos como ejemplos Alemania, Corea del Sur e Islandia„ no se ha debido solo a la responsabilidad de los ciudadanos: el virus sigue siendo una responsabilidad colectiva, como dice con insistencia la Organización Mundial de la Salud, que continúa recomendando una intensa labor sanitaria pública, que en nuestro modelo de organización corresponde, como se ha dicho, a las autonomías y que incluye la detección precoz de los contagios, el seguimiento de los contactos, el aislamiento de los casos positivos y la cuarentena de los posibles casos secundarios. Esta estrategia requiere redes de rastreadores dependientes de la asistencia primaria, de manera que no haya modo de perder el rastro de una cadena de contagio. Y las preguntas son retóricas: ¿han potenciado realmente las comunidades autónomas el sistema de asistencia primaria? ¿Han contratado y formado suficientes rastreadores decentemente pagados?

No pretendo alarmar, pero cuando se habla de transmisión comunitaria, se está diciendo que la única forma de limitar la expansión de la pandemia es el confinamiento. No sé si se está a tiempo de evitarlo, pero lo cierto es que estamos al borde del abismo. Y si caemos en él, si de nuevo hay que paralizar la economía de este país, más vale que nos preparemos para vivir la peor aventura de nuestras vidas.

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