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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Otro Borbón enfilando el camino del exilio

Juan Carlos de Borbón ha enlodado sin enmienda sus años de reinado. Compromete seriamente a la Corona. Solo le queda abandonar España

La tatarabuela de Juan Carlos, enviada al exilio en 1868, al triunfar La Gloriosa, la revolución auspiciada por el general Prim que trajo a Amadeo I de Saboya, un monarca mucho mejor que cualquier Borbón al uso. Isabel II murió en París al iniciarse el siglo XX. Fue un conservador, un derechista sin mácula, Antonio Cánovas del Castillo, artífice del retorno de los Borbones con Alfonso XII, hijo de Isabel y del militar Enrique Puigmoltó, conde de Torrefiel, favorito de la Reina, quien le impidió residir en España aduciendo que no era una persona sino el símbolo de una era periclitada. Al nieto, Alfonso XIII, se lo llevaron por delante las elecciones municipales del 13 de abril de 1931, las que inopinadamente desembocaron en la proclamación de la Segunda República. Murió en Roma, porque el general Franco no quiso que retornarse a España después de haber ganado, tras el golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil. A su hijo, Juan de Borbón, Juan III para los legitimistas, el dictador le impidió, en los estertores de su régimen, poner pie en España. Se había opuesto a la designación de su hijo, Juan Carlos, como "sucesor a título de rey", saltándose a su antojo la línea sucesoria.

Los ejemplos de Borbones que han tomado el camino del exilio, que han muerto en el destierro, están consignados en la poco edificante historia de España. Isabel II cayó por inútil, incompetente y casquivana. Alfonso XIII por violentar la Constitución, al endosar el pronunciamiento,en 1923, del general Miguel Primo de Rivera y avalar su dictadura, incomparablemente más benévola que la del asesino en serie que fue Francisco Franco. A Juan Carlos I le obligaron a abdicar en 2014 para evitar el naufragio de la Corona y con ella el de la Constitución de 1978. Le queda emprender, lo que sucederá próximamente, la ruta del exilio. No puede seguir en Zarzuela: su presencia es tan sumamente tóxica que se hace imposible que permanezca en palacio o en España. Habrá otro Cánovas que le espete sin miramientos, si no lo ha hecho ya, que su presencia compromete seriamente a su hijo, Felipe VI. Tal vez sea su gran amigo Felipe González el adecuado para indicarle que cuanto antes haga las maletas y se marche mejor para la salud institucional de España. Quedará a disposición de la Justicia, aunque la razón de Estado sigue siendo tan poderosa que parece altamente improbable que veamos a Juan Carlos de Borbón y Borbón declarar ante el Tribunal Supremo. Enjuagues por asuntos de menor cuantía se han realizado en la Administración de Justicia, que sigue sin ser igual para todos por muchas proclamas que se aireen exaltando lo contrario.

Desconocemos el futuro, pero parece evidente que el daño, el fenomenal descosido, que el indigno comportamiento de Juan Carlos ha ocasionado todavía ha de ser cuantificado. Qué magnitud alcanzará la onda expansiva de la deflagración es la extendida inquietud de la hora presente sabiendo el marasmo económico y social que se aguarda.

Acotación al margen.- Los obispos no han podido consentir quedar esquinados. La Iglesia católica española no renuncia a ser la que fue, a que determinadas improntas del nacionalcatolicismo pervivan. De ahí que se haya apresurado a organizar su propio funeral por las víctimas de la Covid-19. Hubieran deseado un funeral del Estado como los de antes. No ha podido ser, pero han contado con la presencias de los Reyes y de los poderes del Estado. La derecha ha tronado por la ausencia del presidente del Gobierno. Nose trataba, reiterémoslo, de un funeral de Estado. Era el de una concreta confesión religiosa. La católica. Nada más. Atender a lo que han dicho los medios de la derecha por la ausencia de Sánchez denota las alteradas que andan. La portada de un periódico de Madrid era soflama similar a la de los tiempos de la Segunda República.

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