En pleno fracaso de la globalización, con sentimientos emergentes tendentes a nacionalismos excluyentes y a la tensión internacional, apareció la pandemia. Cabe analizar qué diferencia ha supuesto el paso de una mera epidemia local a la mortalidad global. Lo que nos distingue de otras especies es, ante todo, ser conscientes de que nos aguarda la muerte de forma indefectible. El Covid-19 ha revelado que la geoestrategia de dominantes y sobre todo la obsesión por un crecimiento económico sin límites nos conducen inexorablemente al colapso total.

Como sociedad nos enfrentamos a una economía paralizada, a la emergencia climática, a los riesgos de salud pública y sobre todo a la extrema necesidad de reestructurar nuestras prioridades individuales y de supeditar la prosperidad particular al bien colectivo: la sostenibilidad.

Afortunadamente la Humanidad persevera y tras décadas de aparente esquizofrenia económica y de expolio ambiental hemos aprendido la lección: la vida es el bien supremo a proteger. Las recientes elecciones francesas han demostrado que los ciudadanos ya no aceptan políticas de proclamas sino que exigen acciones contundentes que nos permitan vivir y morir con dignidad y con el respeto que merece el planeta que nos cobija. Juntos podemos convertirnos en la civilización de la defensa ambiental.

La humanidad está tecnológicamente preparada para un nuevo modelo productivo. Las energías renovables unidas a la digitalización y nuevos hábitos de vida nos permiten vislumbrar un futuro mejor bajo un escenario de convivencia social y de armonía con la naturaleza.

El Covid-19 nos ha recordado que existen valores muy superiores al mero consumo. La libertad, la salud, la seguridad o la simple contemplación han recuperado sus valores intrínsecos tanto tiempo menospreciados por causa de un afán frenético por alcanzar una falsa sensación de abundancia y riqueza. El confinamiento nos ha devuelto el enfoque a los bienes intangibles y los espacios comunes, ahora solo resta promover el trabajo colectivo por la defensa de nuestro entorno.

Cada año mueren en nuestro planeta, según la OMS, siete millones de personas por enfermedades directamente asociadas a la contaminación ambiental. La ONU informa que una de cada cuatro muertes prematuras a escala global es consecuencia directa del cambio climático. Resulta difícil entender que nos mostremos indolentes ante estos datos y que sin embargo manifestemos pánico social frente a una enfermedad que a fecha de hoy -“tan solo”- ha provocado quinientos once mil muertos en todo el globo. A pesar de esta notable incongruencia nos hallamos ante una oportunidad histórica para consensuar un nuevo orden mundial que nos permita albergar la esperanza de poder establecer un modelo socioeconómico justo y respetuoso con nuestro hábitat.

Las actuales medidas de mitigación y adaptación al cambio climático unidas a nuestra capacidad de innovación tecnológica y a la responsabilidad individual y colectiva demuestran que es posible armonizar nuestra viabilidad personal con la de nuestro planeta. Disponemos de las herramientas y por el impacto del Covid-19 igual ahora también de la voluntad.

Ahora decides tú.