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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Volver a empezar

Muchas personas dicen haber aprendido lecciones vitales durante este tiempo. Sobre la quietud, el minimalismo o sobre la innecesaria hiperactividad que llevaban antes del confinamiento. Escucho a menudo a profesionales proclamar que esto o lo otro “ha venido para quedarse”. Hablan sobre tecnología, teletrabajo, mascarillas o controles diarios de temperatura. Las reuniones por Zoom, las clases de Matemáticas apoyadas en tutoriales de YouTube o las tutorías por WhatsApp “han venido para quedarse”. Cada vez que oigo esa expresión, me da un tic en el ojo. Humildemente creo que, si algo nos ha enseñado este virus, si es que nos ha enseñado algo, es que nada ha venido para quedarse y que esto no es un punto y seguido. Esto es un punto y aparte y en esta vida uno debe estar dispuesto a volver a empezar en el momento menos pensado. Y, a veces, de cero.

Deberíamos hacer un borrón y cuenta nueva en relación al cuidado y la atención de los mayores. Impulsar ya los sistemas que permitan a las personas vivir en sus propios domicilios y recibir el apoyo médico y social necesario. Más cuidados domiciliarios y menos institucionalización. Lo primero humaniza. Lo segundo, salvo excepciones, tiene fisuras. Hasta el momento, unas 20.000. Deberíamos haber renovado la movilidad de nuestras ciudades y regalar más calle a las personas. Hemos vuelto a la casilla de salida. Hemos puesto un punto y seguido y los coches han retornado como si nada hubiera pasado. Lástima. Caminar o ir en bici es sano. Ayuda a pensar, a relacionarse, a observar el entorno y promueve la salud. Habrá que replantearse qué hacemos con la tecnología. O qué hacemos con quien carece de ella. El confinamiento nos ha mostrado que quien tiene un ordenador tiene un tesoro. Es decir, tiene la posibilidad de hacer teletrabajo, si es adulto, o de hacer algo parecido al telestudio y de relacionarse con sus amigos, si es un niño. La Plataforma de Infancia denunció hace semanas que, de los ocho millones y medio de estudiantes no universitarios de este país, medio millón no tiene ordenador y cien mil hogares carecen de acceso a internet. Nombres y apellidos de la inequidad educativa y de la desigualdad de oportunidades. Usar mascarilla, mantener dos metros de distancia, untarse de gel hidroalcohólico o no tocar el mobiliario urbano: unos mínimos de esta nueva normalidad que de normal no tiene nada. Unos mínimos que debemos cumplir todos. También quienes forman parte de los colectivos más vulnerables, personas con necesidad de apoyo o con enfermedad mental. Las consecuencias sociales del coronavirus son devastadoras con quienes tienen mayores dificultades para interiorizar los motivos por los que no hay que sentarse en un banco del parque.

Vuelve ‘Cinema Paradiso’ a los cines. Tiene su gracia que la reestrenen ahora. En la película de Giuseppe Tornatore los besos se censuran, como ahora, y el protagonista pasa noches y noches en vela, bajo una ventana, esperando a que la chica aparezca por la puerta de la casa y acepte ser su novia. Casi como una cuarentena. ¿Cuánto hace que no besamos a alguien que no esté en nuestra unidad de convivencia o que no esté cercana a ella? Demasiado. En Cinema Paradiso, al final, hay beso. Ojalá lo haya, también, en la vida real.

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