Hay otras Mallorcas que esconden tesoros de valor infinito. El más alto nivel en arquitectura aparece entre pinos, arbustos y cantos monótonos de chicharras.

Como si la hubieran colocado con la delicadeza que se coloca una última pieza en una escalera de dominó, se eleva sobre el precipitado acantilado Can Lis. Así quiso llamarla su creador en honor a su esposa, con ese Can delante, palabra de la lengua del lugar para referirse a la casa.

Y es que el danés Jørn Utzon, Premio Pritzker en 2003, llegó sin estruendo. Observó, admiró, adquirió las tierras y amó, pues solo del amor a la tierra de acogida puede surgir un edificio tan único como múltiple.

Había viajado a Mallorca por primera vez en 1958 para visitar al también arquitecto Erik Christian Sørensen, apenas dos años después de, siendo aún un joven arquitecto, ganar el concurso de su obra más conocida y, a la vez, para él mismo, más díscola. Tanto, que en 1966 y tras diez años de trabajo, la abandonó con la idea de no volver jamás a Australia, donde hubiera querido nacionalizarse y quedarse toda la vida. Hay amores así de imprevisibles.

No es extraño que el visitante que llega siguiendo las indicaciones del GPS, como me ocurrió a mí, se dirija a una lugareña para preguntarle por Can Lis. "Es justamente esta", me respondió. Y es que Utzon, sí, lector, el arquitecto de la Ópera de Sydney, gestó su residencia utilizando los materiales y modos de trabajar locales en una sintonía absoluta entre el edificio y su entorno. El color tostado de la arenisca del Marés, alternada con otra arenisca más vasta de Santayí es el mismo que el de cualquier otra casa de los alrededores. Su humilde sencillez es, justamente, lo que define su grandeza.

Muros exteriores en la entrada aparentemente macizos, que nos susurran obras simples y antiguas ora cercanas al mismo románico, despojado de cualquier decoración, pensaba yo, o a esa misma cultura maya que conoció en su viaje a México en 1949, fruto del cual nació su escrito "Plataformas y mesetas".

Espacios semi independientes, unidos, pero separados; rectos, pero ondulantes, porque las esquinas se doblan en nuevos espacios, o mejor dicho, se articulan entre patios y naturaleza hasta asomarse al mar a más de 20m de altura. Arquitectura sobria, minimalista, aparentemente arquitrabada a simple vista, pero con bovedillas de cerámica entre las viguetas de hormigón prefabricado. Aparentemente recta, insisto, pero ondulada por la disposición de mesas y asientos, igualmente de piedra o fábrica fija, o por esa luna-ventana, que también es curva.

Aparentemente espartana en decoración, con ventanales hasta el suelo que muestran sin pudor habitaciones y librerías, pero coqueta. Una casa para vivir diseñada con un manifiesto deseo de jugar con las luces y sombras, con los tonos cambiantes del sol en la piedra y con la pizca de color y brillo que surgen de los azulejos presentes en ciertos espacios.

Todo responde a un estudiado concepto del exterior y el interior, de lo inerte a la naturaleza, en el que la obra de por sí muerta, la arquitectura, cobra vida propia: los rayos se filtran a través de las estancias hasta iluminar un punto concreto a una hora concreta del día, como puede ser la chimenea. Nada se deja al azar pese a la aparente sencillez.

Y madera en las sobrias puertas de pestillos paisanos y barnices ausentes, meramente agrícolas, populares, sin más pretensión que la de abrir y cerrarse.

Pasado y presente en su más puro estado.

Can Lis es una ninfa que domina el mar desde la altura, tal vez un hada que llena de magia el lugar. O tal vez sea yo quien vio la magia portada por el sentimiento que me llevó allí.

Una maravilla, en todo caso, por la que la isla bonita debería estar agradecida y orgullosa. Sí, hay otras Mallorcas. Solo tenemos que verlas.

"Al igual que un guante encaja en la mano, este juego responde a las demandas de nuestra época que aboga por una libertad en el diseño de edificios y un profundo deseo por huir de la vivienda en forma de caja de dimensión prefijada, subdividida en particiones al modo tradicional".

J. Utzon