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María Amengual

Más vigilancia

No voy a descubrirles aquí lo injusto que es generalizar. Tanto, que una de las falacias más conocidas es la de composición, que consiste en inferir que algo es verdadero para un conjunto sólo porque lo es para alguna de sus partes. Como el vídeo se hizo viral, voy a explicarles lo que sucedió antes de grabarlo en el 'primer toc' oficioso de las no-fiestas de Sant Joan en Ciutadella. Una cita obligada. Este año, decidimos no cancelar la reserva en el hotel, a pesar de la suspensión, por dos motivos: porque también queríamos vivir un Sant Joan histórico -desde la Guerra Civil no se suspendía esta celebración- y por eso de relanzar la economía local. No, no fuimos a buscar aglomeraciones de manera irresponsable.

Parte del trato era que el 23 nos tocaba trabajar. Así que mi compañera y yo salimos a las calles por la mañana en busca de algo que grabar para intentar contar cómo se vive una no-fiesta con tanto sentimiento. Sucedió algo maravilloso, una metáfora: encontramos a un chaval de 13 años -con su hermano y un amigo- que había colocado en su bicicleta una cabeza de burra de cartón, se había vestido de flabioler y andaba haciendo sonar el tambor y el flabiol por las calles, casi desiertas, de Ciutadella. Hablamos con él -le sacamos en nuestros informativos- y nos comentó que su intención era acercarse a las dos de la tarde a cas caixer senyor, que es donde debería haberse producido el 'primer toc'. Ese era el único motivo por el que estábamos allí: grabar lo que pudiera producirse. Lo que pasó es que, siguiendo al chaval, llegó gente que se concentró durante 10 minutos -muchos sin mascarilla- mientras la inmensa mayoría de ciutadellencs estaban en sus casas. El resto ya lo habrán visto.

Les cuento todo esto porque si para mí, que soy una mallorquina que llevaba dos días en Menorca, era evidente que algo podía pasar en ese lugar y a esa hora, con mucho más motivo debería haberlo sido para el Ayuntamiento. Era tan sencillo como poner a unos cuantos policías locales en cada lado de la calle e impedir el paso, al menos sin mascarilla. Pero ni rastro. Es el mismo Ayuntamiento que otros años controlaba aforos con miles de personas o no permitía llegar a las celebraciones ecuestres en chanclas. La alcaldesa aseguraba que ya había pedido responsabilidad individual, como si ahí terminase su tarea. En ese momento, me pregunté si debería contarle lo de las multas durante el Estado de Alarma, o dejar que lo descubriera ella sola.

Lo sucedido en las primeras grandes no-fiestas del verano debería servirnos para sacar algunas conclusiones de cara a las que vienen. Como que la inmensa mayoría de gente es responsable, pero siempre la hay que no. Así que los ayuntamientos y las fuerzas de seguridad algo tendrán que hacer para evitar aglomeraciones sin mascarilla. También, que responsabilizar a unas decenas de ciudadanos de un posible rebrote -que no ha habido- por juntarse 10 minutos en la calle -les aseguro que en algunas terrazas o chiringuitos de playa de Mallorca he visto cosas peores- resulta, cuanto menos, cínico. Sin embargo, a nuestros aeropuertos llegan pasajeros sin más condición que una declaración responsable y una toma de temperatura. Sin distinción de procedencia, con independencia de cómo esté la situación de la pandemia en su país de origen. Si tenemos que volver a llevarnos las manos a la cabeza, no me digan que no se podía saber.

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