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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Flotar

La meditación no sirve para nada. Constituye un error por tanto esperar de su práctica beneficios palpables. Me lo dijo en su día una experta y lo he leído en algunos manuales. Cuanto mejor meditas, en fin, menos obtienes. Para temperamentos finalistas como el mío debería resultar una actividad deplorable. Sin embargo, me gusta. Llevo años meditando, aunque con trampa, pues mientras lo hago se me ocurren historias que luego vendo en forma de cuentos o novelas. Suelo ponerme a media tarde, que es también cuando leo. A la hora de abrir el libro, percibo un relajamiento muscular que me invita a abandonarlo momentáneamente sobre el brazo del sofá para cerrar los ojos y perderme en mis fantasías. Comienzo, tal y como recomiendan los prontuarios, haciendo tres o cuatro inspiraciones muy profundas. Lleno los pulmones del todo y al expirar los dejo secos. Intento pensar solo en el aire que entra, lleno de oxígeno, y en el que sale, repleto de anhídrido carbónico.

A continuación, imagino que mi cuerpo está hueco y que apenas pesa. Esta sensación me da sueño. El secreto está en quedarse a las puertas mismas del sueño, escuchando lo que viene del otro lado, que a veces son pasos (los pasos de mi madre, creo) y a veces son murmullos de gente que habla de mí (no logro averiguar si bien o mal). Entretanto, el aire entra y sale rítmicamente de mis fosas nasales y yo continúo completamente hueco: no tengo hígado ni aparato digestivo ni uréteres ni nada. Soy un agujero, un agujero negro. En ese instante, y debido a mi levedad, empiezo a flotar. Esta es una de las cosas para las que no se debería usar la meditación, para flotar, pero yo floto, por eso digo que hago trampa. Con suerte, alcanzo el techo y lo atravieso porque me he convertido en un cuerpo sutil.

Una vez a la intemperie, abro imaginariamente los ojos y observo el mundo. Ahí, observando el mundo, es cuando se me empiezan a ocurrir las historias que luego convierto en cuentos o en novelas. Si logro no dormirme, regreso a la butaca de mi estudio, abro los ojos, tomo el libro que había abandonado sobre el brazo del sofá y lo leo relajadamente, disfrutando de cada una de sus páginas.

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