Las estatuas de San Junípero Serra que se levantan en la plaza de Sant Francesc de Palma y en la que lleva el nombre del misionero en su pueblo natal, Petra, han sido ultrajadas esta semana. Las acciones vandálicas se han producido como efecto rebrote de actos similares ocurridos en la tierra que evangelizó el franciscano, California, en protesta por el asesinato de George Floyd por parte de la policía de Mineápolis. Este hecho execrable ha derivado en el movimiento " Black Lives Matter" que profana y reniega de todo el legado hispano en Estados Unidos.

En Palma, las pintadas en el monumento, obra de Horacio de Enguía, han venido precedidas de unas lamentable manifestaciones de la concejala de Justicia Social, Sonia Vivas, en las que se declaraba partidaria de retirar del espacio público el monumento del hombre que estructuró los cimientos cívicos, culturales y demográficos de la próspera California actual.

Junípero Serra es hijo ilustre de Palma, y como tal está representado en el salón de actos de Cort. Es inaceptable que una integrante del equipo de gobierno municipal ofenda la memoria de un personaje al que la ciudad ha distinguido con su máximo reconocimiento, pero es aún peor la ignorancia que revela. Por eso mismo, la tibia reacción del alcalde se queda corta ante la gravedad de las palabras de Vivas, que pueden haber inducido la acción de los vándalos. José Hila no las ha condenado ni desautorizado con suficiente firmeza, cuando constituyen un motivo sobrado para plantearse la idoneidad de esta concejala para seguir formando parte del gobierno municipal.

La obligación del ayuntamiento es defender el buen nombre de sus hijos ilustres. En Palma, con Junípero Serra, no se ha hecho. Algo parecido podría decirse del Govern y del Consell, que distinguieron al franciscano y han ensalzado su obra cuando lo han considerado políticamente correcto; ahora, en cambio, han optado por una vergonzante tibieza.

La desmesura y la brutalidad policial en Estados Unidos en actuaciones contra personas de color es un mal antiguo y condenable sin paliativo alguno. Deben ser investigadas y, si hay lugar a ello, exigir responsabilidades, porque ya han costado la vida a demasiadas personas y pueden derivar en males mayores. Un principio fundamental del Derecho internacional indica que nadie puede ser agredido por razón de sexo, raza o religión. La igualdad de las personas es un derecho humano inalienable. No caben más elucubraciones en este sentido.

Pero vincular hoy estas reivindicaciones básicas a lo hecho por los españoles y mallorquines -la nómina de religiosos y militares isleños que se fueron al Nuevo Mundo es abundante- resulta un despropósito que conduce a la deformación. La revisión de la historia con criterios morales del presente es, en sí misma, una desfiguración de la propia historia.

La ola de protestas de estos días puede vincularse también, como hacen destacados analistas, a la realidad política americana, con la mirada puesta en sus próximas elecciones presidenciales y al creciente peso demográfico y económico de la población hispana. Es injusto que Junípero Serra se convierta en uno de los chivos expiatorios de todo ello, cuando está demostrado que, con sus aciertos y errores, fue un hombre que defendió los derechos de los indígenas. Se enfrentó a los militares por ello y cojeó hasta ciudad de México para plantear sus reivindicaciones al virrey. A Mallorca le corresponde mantener el legado de su personalidad y obra. Y las autoridades deben ser conscientes y consecuentes con ello, condenando salidas de tono tan indocumentadas y poco representativas como las de la concejala Vivas.