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Noche de San Hubiéramos

Hubiéramos pasado la noche en la playa. Hubiéramos saltado los nou foguerons. Encendido una hoguera junto al mar (la Mar), bailado hasta el alba, sudando unos junto a otros, riéndonos a carcajadas, cogiéndonos de la cintura, gritándonos al oído cualquier tontería para hacernos oír por encima de la música. Hubiéramos brindado chocando los vasos de plástico, tratado de llegar de una punta a otra de la plaza escurriéndonos entre cuerpos calientes y sudorosos de tanto saltar sin dejar de corear, a gritos, los estribillos de las canciones. Hubiéramos caído rendidos sobre la arena para, ya que estábamos, esperar las primeras luces del día para dejar que las siete primeras olas del amanecer nos mordieran los tobillos antes de recoger todos y cada uno de nuestros bártulos y desechos para dar por concluida la maravillosa Nit de Sant Joan.

Pero no. La noche del martes, como mucho, cenamos con amigos. O en familia. Quizás bailamos en la terraza al son de música enlatada. Observamos consumirse unas velas y nos arrojamos unos a otros globos llenos de agua. El coronavirus también se ha llevado por delante la Noche de San Juan. Con sus risas, su playa y sus hogueras.

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