Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nunca más

El deber del político no es solo solucionar problemas, sino, sobre todo, prevenirlos

Los padres nos advertían de los peligros de vivir al día. Sabían de lo que hablaban, porque muchas veces a ellos no les quedó más remedio. De ahí que estuvieran tan obsesionados con tener, si era posible, un pequeño remanente por si acaso, para el día de mañana. Nunca olvidaré cuando a cierta edad, mi padre proclamó: "Loína, nuestro día de mañana ya ha llegado". Era el momento de tirar del pequeño depósito guardado bajo el colchón para hacer frente a la emergencia que, efectivamente, traía el día de mañana.

La crisis del coronavirus nos ha pasado por los hocicos lo desastroso que puede resultar el vivir al día. La pandemia nos pilló viviendo -cada uno a su nivel- la vida alegre y divertida. Entregados al carpe diem como si no hubiera un mañana. No aprendemos. No era la primera vez que nos enfrentábamos a una emergencia. Tan solo doce años antes, otra crisis nos sorprendió en bolas, como los bárbaros pillaron a los romanos: echándoselo todo por encima.

Tras la crisis económica de 2007, seguimos igualmente endeudados -o más- que entonces. No escarmentamos de lo que pasa cuando un contratiempo se combate sin unidad, no aprendemos que los imprevistos mejor que nos pillen sin estar endeudados hasta las cejas. Todo hace apuntar que, tras la crisis sanitaria de 2020, seguiremos igual de desprotegidos y confiados que estábamos el 8 de marzo, pese a la sucesión de alarmas que nos venían advirtiendo de lo que se avecinaba. Pero, claro, los prepotentes estamos convencidos de que las desgracias solo se ceban con al vecino -los chinos, los iraníes, los italianos-, nunca con nosotros, que nos sentimos invencibles.

Ahora que se ha acabado el estado de alarma, que ya nos debatimos sobre cómo nos vamos a organizar en las playas o cómo disfrutar del fútbol sin espectadores, debiéramos empezar a pensar en el nunca más. Aquella consigna, utilizada con tanto éxito tras el desastre de Prestige en las costas gallegas hace dieciocho años, viene al pelo para estos días.

Deberíamos tomarla prestada. Nunca más un sistema sanitario sin medios para protegerse. Nunca más unas residencias convertidas en mataderos. Nunca más dependientes de China o de proveedores piratas para el material de primera necesidad. Nunca más un sistema administrativo en el que no se sabe quién es responsable de cada cosa. Nunca más con 13.000 muertos que "están ahí" y no sabemos dónde colocarlos. Nunca más sin un plan de emergencia, sin un salvavidas para cuando nos ahoguemos.

Hay muchas comisiones investigando lo que pasó, muchas empresas farmacéuticas buscando una vacuna, muchos comités definiendo la "nueva normalidad", muchos rastreadores buscando a los contagiados y a sus contactos. Pero ¿quién está trabajando en el día de mañana?

Azorín, firme defensor de la República, aseguraba en una de sus crónicas que la labor del político es prever lo que va pasar, estar atento a lo imprevisto, a las amenazas que se ciernen sobre nosotros. Decía que claro que el político tiene que resolver los problemas según van llegando, pero que mucho más importante era prevenirlos, atajarlos. "Gobernar es ver por anticipado -escribió-; gobernar es ver lo que los demás no ven; gobernar es tener la visión y la previsión".

Azorín se refería a los sucesos de mayo del 31. España disfrutaba de una primavera festiva y exaltada tras la proclamación de la República. Y, de repente, la calle se le fue de las manos a un gobierno novato y condescendiente. Se quemaron iglesias, conventos, la sede del diario Abc?, hubo duros enfrentamientos armados, los disturbios se extendieron por todo el país y, ni siquiera hoy, se sabe el número exacto de muertos y heridos. Toda España lo veía venir, salvo el Gobierno. No hubo un nunca más. Al contrario, aquello fue el primer aviso de algo mucho más grave que tardaría solo cinco años en llegar.

Hoy, 99 años después, nuestros políticos vuelven a hablar de monarquía y de república, de guerracivilismo y de la España polarizada, mientras la acuciante necesidad de un frente común contra las desgracias se diluye en palabrería inane. Hoy, los españoles volvemos a consumir como si no hubiera un mañana, a llenar los centros comerciales, a disfrutar de las terrazas atiborradas. Nos lo hemos ganado, sí. Eduardo Zamacola, presidente de una de las asociaciones de comerciantes más importante del país, bautizaba certeramente el "subidón del consumo" como el "efecto champagne". No dejemos que las burbujas se nos suban a la cabeza, porque habrá un mañana, al dar la vuelta a la esquina, y no tiene buena pinta.

Compartir el artículo

stats