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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El martirologio municipal y la ola iconoclasta americana

No se puede asegurar una relación de causa efecto entre el tuit de Sonia Vivas señalando la estatua de Junípero Serra y el vandalismo, pero el vándalo se habrá sentido legitimado por las palabras de la concejal

En el ayuntamiento de Palma tenemos un concejal y exalcalde que es un mártir retrospectivo, pues señaló en su momento que, de haber vivido en el 36, hubiera sido pasado por las armas, como lo fue Emili Darder. Traté la cuestión hace poco más de un año en un artículo que dediqué a glosar otro de Pedro Vallín en La Vanguardia en el que argumentaba que la disputa del sufrimiento se había convertido en la principal lucha de poder. Los actores sociales cimentan su legitimidad en la autoridad moral de la víctima, dando la bienvenida a la dictadura de las plañideras. Pues bien, otra concejala, de Unidas Podemos, Sonia Vivas, concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBI (¡nada menos!), ha escrito en un tuit que "los habitantes toman la palabra en San Francisco y tiran la estatua de Junípero Serra. En Palma, pacíficamente, debería ser igual". En este caso entra a formar parte del martirologio municipal por identificarse por personas interpuestas con el sufrimiento retrospectivo de una comunidad de nativos americanos. El caso es que, tras señalar a la estatua sita en Sant Francesc, ésta apareció con una vandálica pintada tildando al franciscano, falsamente, de racista. No se puede asegurar que haya existido una relación de causa efecto entre el tuit y el vandalismo, pero seguro que el vándalo se habrá sentido legitimado por las palabras de la concejal del equipo de gobierno. Y aunque Hila se haya apresurado a declarar que no comparte las declaraciones de la concejala, no por ello deja de estar interpelado políticamente por la participación de Vivas en su gobierno y por la ausencia de firmeza en su defensa de Serra. Se habla de los habitantes de Frisco y de Palma como si, en efecto, fuera una gran mayoría y no un grupo de desnortados trastornados los que impulsan una revisión de la historia de acuerdo con criterios morales del presente, o, simplemente, alardeando de ignorancia. No de otra manera se puede calificar a quienes tachan a Cervantes de bastardo, él que fue esclavo durante cinco años en Argel.

Es un hecho que tanto en el siglo XX como en los inicios del actual, las corrientes culturales del centro del imperio se trasladan a las plazas más recónditas y lejanas del mismo. Así ha sucedido con el hedonismo y la liberación sexual del 68, con los derechos civiles, con la música popular y el arte por excelencia del siglo XX, el cine. Ha llegado todo lo bueno y todo lo malo. También buena parte de las pautas de convivencia social, que, con un retardo más o menos largo, también han llegado a implantarse. Una derivada ha sido también el traslado de un cierto papanatismo romántico de la izquierda americana y del New York Times ante las reivindicaciones extremistas de colectivos minoritarios, acomplejados por la mala conciencia del maltrato histórico a buena parte de su ciudadanía. Un ejemplo de esto último es el flirteo de Leonard Bernstein con la extrema izquierda, organizando fiestas en su lujoso apartamento de la Quinta Avenida para los Panteras Negras, glosado por Tom Wolfe en La izquierda exquisita & mau-mauando al parachoques. De santificar a Woody Allen a condenarlo sin remisión y sin pruebas. Lo último ha sido la desaparición de Lo que el viento se llevó del catálogo de determinadas productoras. En la furia iconoclasta impulsada por ignorantes han caído desde nefandos esclavistas ingleses hasta personajes como Colón, Cervantes o Serra. La labor civilizadora de este último, impresionante y sin ninguna relación con el esclavismo, configuró lo que hoy día es California. De lo que se trata es de desfigurar la historia ocultando que buena parte de Estados Unidos es creación española.

Reverenciamos Atenas, siglo V a.c.: 200.000 esclavos, como su población; Roma: un millón de esclavos para la misma población de hombres libres. Las sociedades esclavistas por excelencia de los siglos XVIII y XIX fueron Inglaterra y Francia, 800.000 esclavos del imperio británico en Jamaica, Trinidad y Tobago, Barbados, Bahamas, Guayana Británica; 700.000 en Ciudad del Cabo y en la isla Mauricio. En las Martinica, Guadalupe y Santo Domingo (Haití) francesas, más de 700.000 esclavos; en Isla de Francia y en la isla de Reunión, cerca de 100.000 esclavos; Haití estuvo pagando indemnizaciones a Francia hasta mediados del siglo XX por el resarcimiento a los propietarios de esclavos tras la rebelión de 1794 y la independencia de 1825. Brasil también fue esclavista. Cuatro millones de esclavos en el sur de EE UU en 1860. Virginia dio al país cuatro de sus primeros cinco presidentes: Washington, Jefferson, Madison, Monroe, todos ellos propietarios de esclavos, con la única excepción de John Adams (Massachussetts). Hasta Lincoln en 1860 no menos de once eran dueños de esclavos. ¿Van a renegar de la fundación de su nación? ¿Derribarán los monumentos en Washington a los padres fundadores Washington y Jefferson? ¿Quitarán el nombre a la capital? La paradoja más extraordinaria es que un ignorante supremacista como Trump sea uno de los pocos defensores de las estatuas. Nada de esto ocurrió en el imperio español. Aunque se incurrió en matanzas de conquista la mayoría de población indígena murió por las enfermedades que llegaron con los españoles. Los aztecas eran cualquier cosa menos una sociedad humanitaria. Y ningún esclavismo, sino lo contrario puede decirse de Serra.

Entre nosotros son lamentables las posiciones de algunos personajes nacionalistas, como el historiador Pere Fullana. Se ataca sectariamente a Serra pasando por alto la conquista a sangre y fuego de Mallorca por Jaume I, y toda nuestra historia de antisemitismo hasta mediados del siglo XX.

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