Que el canto coral agoniza es un hecho constatado. La enfermedad está siendo larga y el final se prevé poco esperanzador: renacimiento o muerte. Lo peor no es que las instituciones no hayan sabido sopesar el impacto sociológico que el movimiento coral ostenta. Lo peor, es que desde los propios coros no hemos sabido transmitir otro mensaje que el de la queja sin soluciones.

La pandemia será loada como el momento que nos permitió elevar la queja y señalar con el dedo a quienes nunca nos han escuchado. Pero lejos de la ironía subyacente, está la realidad de que no hemos sabido fortalecernos como colectivo. El asociacionismo ha recobrado vigor los últimos meses pero han sido tan hueros sus resultados como el de décadas anteriores.

Quizás, si no hemos sido capaces de que las instituciones nos escuchen habrá que pensar si hemos sido lo suficientemente creíbles para ello. Mirarnos el ombligo. Ser autocríticos para, consecuentemente, poder criticar. Nuevamente, el colectivo coral pierde una oportunidad valiosísima de recobrar su dignidad que, por mucho que nos neguemos a admitir, se perdió hace mucho tiempo.

¿Dónde estaban las manifestaciones más o menos enfáticas que reclamasen una solución salvarnos de la debacle que se cernía como una sombra densa e ineludible? ¿Cuándo se propuso una acción preventiva para evitar los paliativos que ahora nos induzcan a una renovación más o menos digna? ¿Dónde estaban los adalides de la élite coral para utilizar su foco mediático en pos de un mundo coral balear sólido?

Concedo que mi discurso es apocalíptico pero no en los términos que se utiliza como final trágico sino en su verdadero significado etimológico: 'Apocalipsis, quitar el velo, acción de descubrir'. Es el momento de revestirnos de fuerza, de repensar nuestra fuerza social, de emanciparnos de todo conato de acción estéril.

Ahora podemos reinventarnos y resurgir de nuestras propias cenizas como un colectivo fuerte, ¿o estamos más cómodos quejándonos y esperando que otros nos salven?

Las asociaciones, federaciones, confederaciones, existen desde siempre sin que nunca nos hayan salvado de ninguna crisis. Se han erigido en cada fase de desesperación como una tabla de salvación que ha devenido en inútil. La pasión no se legisla y cuando se hace duele, pero nadie nos salvará si no emprendemos una acción desde la individualidad de cada colectivo.

Cada coro tiene la responsabilidad de hacer pedagogía social, primero en su círculo más cercano que como ondas redundantes puedan alcanzar cada vez más espectro de la sociedad. Cada director tiene la obligación moral de hacer que los coros que dirigen ofrezcan una imagen sonora y social de máxima calidad dentro de cada posibilidad. Somos los directores los garantes de lo que en la comunidad coral acontezca.

El confinamiento se ha convertido en un triste acontecimiento donde no pocos coros y directores han ocupado el tiempo en divertimentos multipantalla. Otros pocos, han utilizado este tiempo para la reflexión y el fortalecimiento cuya forma más elocuente es el estudio y la profundización de nuevos proyectos musicales para el regreso.

Este regreso se hace esperar y toda la ilusión por volver, si bien es absolutamente necesaria y loable, nos está haciendo caer en la precipitación que nos impedirá de nuevo lograr nuestros retos como colectivo.

No soy médico, ni científico, ni técnico, ni experto, ni político. Soy simplemente un director de coro que no tiene menos ganas e ilusión que otros por seguir disfrutando de la música cantada. Pero no me siento representado por quienes se erigen como salvadores de un colectivo maltrecho, por quienes nunca han producido nada y ahora pretenden sacarnos de esta espiral de desesperación.

Por tanto, no tengo más solución que cultivar mi ilusión para que no decaiga, fomentar el estudio para ser mejor cada día y esperar a que todo pase. Jugamos una liga coral amateur donde nadie es más que nadie (ni menos) y donde lo social juega un papel determinante. Muchas personas se han descolgado durante el confinamiento ora por no tener buena relación con la tecnología ora por no poder disfrutar de la parte social de compartir los ensayos, con todas las concomitancias extra musicales que los hacía únicos.

Cada director tiene la obligación moral de hacer que los coros que dirigen ofrezcan una imagen sonora y social de máxima calidad

Durante los últimos años no hemos logrado ostentar un grado de efectividad y elocuencia suficientes para poder entablar una interlocución institucional. Como colectivo hemos vendido una imagen empobrecida cuando nuestro colectivo es absolutamente rico en recursos humanos, como masa social y, por supuesto, como actividad musical necesaria.

Hemos errado el tiro cada vez que mostramos nuestro lado reivindicativo sin método, sin estrategia o sin argumentos porque para quejarse -parece que lo olvidamos- hay que revestirse de razones sólidas.

En estos días se ha convocado una reunión precipitadamente, visceralmente, muy poco empática donde los coros de las islas pequeñas nos hemos quedado descolgados e incapaces de reaccionar.

La crisis coral no la ha provocado el BOIB ¡hasta ahí podríamos llegar! Tampoco el Covid-19, aunque sí que la ha acentuado. Nuestra crisis es endogámica y transversal desde hace ya demasiado tiempo. La crisis sanitaria sobrevenida nos ha dejado huérfanos de posibilidades por eso no podemos esperar que ante tamaña tragedia la solución venga dada por decreto.

El mundo coral no es mediático, por tanto no es esencial. En definitiva, importa poco, no soy ingenuo. Pero tenemos algo que los entes mediáticos no tienen: libertad. Decidamos nuestro futuro, no esperemos a que lo haga por nosotros.

Apúntenme en la lista donde estén las personas que han creado un tejido coral y social veraz, donde estén los colectivos que desde la periferia, la sombra, sin focos mediáticos, han trabajado incansablemente por mejorar nuestro mundo coral. Entre quienes han sido creativos, han motivado un movimiento económico adyacente.

Bórrenme de cualquier lista donde la exaltación sea bandera, donde la queja sin criterios sea norma y, sobre todo, donde no se busquen los intereses comunes más allá del propio elogio personal.

Mientras tanto, discúlpenme. Voy a seguir estudiando.