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Demopandemia

Con una tasa de dos nacimientos por familia tendríamos un país más joven, con lo que la juventud significa, de fuerza, de vitalidad y de capacidad para la innovación, pero esa cifra está muy lejos de ser una realidad

Iba a titular pandemonio. Pero no puedo. Porque no hay nada de ruido en torno al tema de la demografía. Más bien se escucha el silencio. Y es posible que surjan voces a coro que, más alto o más bajo, nombren la España vaciada y las acciones que en torno a ella se ejecutan y han ejecutado como el epítome de la manifestación elocuente sobre la necesidad de llenar de hijos las zonas despobladas. Y podríamos decir que está bien. Vale. Solo que los niños no son árboles y no se puede hablar de ellos como si de repoblar se tratara, simplemente plantando una semilla, que no está mal como storytelling. Y además no solo faltan los niños en los lugares vacíos; también en los llenos del país, en los rurales, urbanos y mediopensionistas. Ya fue un hito la creación del Comisionado del Gobierno para el reto demográfico. Y más aún que esté incluido en el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Pero leo datos que me inquietan y que no tienen que ver o no solo con la España vaciada y que, de momento, no los apaña un reto. Tienen que ver con, estos sí, los demonios de una época que ya dura y que derrapa como generadora de una natalidad cada vez más mínima, que envejece una sociedad cada vez más vieja.

En las empresas siempre hablamos de tendencias antes de tomar decisiones drásticas. Pues, bien, si la natalidad fuera una compañía estaría cerrada o con el cartel de "se vende! ¿Es una tendencia patria? Negativo, aunque lo de España sea de traca. Es una tendencia universal que comienza a afectar incluso a los países que mejor comportamiento demostraban, como es el caso de los nórdicos, y que en cambio -ojo al dato- tiene una gran excepción que es la del continente africano, y no solo en su vertiente subsahariana, donde la población crece a un ritmo que prevé la duplicación de su población en 2050, generando 2.500 millones de personas, con todas y cada una de sus consecuencias.

Pero vayamos al caso, que es el de España. Tengo la suerte de contar entre mis referentes a Alejandro Macarrón, que no es solo un estudioso de la demografía, sino también el director general de la Fundación Renacimiento Demográfico. Y le escucho un poco horrorizada que en nuestro país ha vuelto a producirse un nuevo hundimiento de la natalidad. De hecho, en 2019 se ha rebajado en un 3,5% el número de nacimientos totales (31% desde 2008) y en un 5,3% el de madres oriundas. Hasta tal punto que las españolas podrían ser las nuevas chinas, parangonando el obligado hijo único de aquella política que se impuso en China desde 1979 y hasta hace menos de cinco años, porque nuestras compatriotas solo tienen 1,17 hijos. Vaya, yo tengo dos, mi hija tiene ya dos, mis hermanos y hermana, tres?, pero es lo de siempre, que la estadística va por barrios, por familias, en este caso por provincias, de manera que las mujeres asturianas son las que menos hijos tienen, que no llegan ni al único (0,92) y las que más, las murcianas?, ¿el calor, la lluvia?, culpables? Ni eso, ni la latitud sur, puesto que las segundas menos fecundas son las canarias, que tampoco llegan ni al uno (0,98).

Ya sabemos, y Macarrón lo rubrica, que la tasa sostenible se sitúa en el 2. Este es el número de hijos que facilitaría el repuesto poblacional. Este sería el número que evitaría el envejecimiento de la población. Con este número tendríamos un país más joven, con lo que la juventud significa, de fuerza, de vitalidad, de capacidad para la innovación. Con menos de un hijo este sueño se convierte en difícil de alcanzar. Hoy, en plena crisis producida por la pandemia del coronavirus (que sigue ahí), nos preguntamos qué efecto tendrá sobre la fecundidad. Se ha comparado su devastación con la de una guerra. Pues no paniquen, que esta contienda ya había empezado antes del covid: de hecho, según aclara el experto, en 1939, en una España con 20 millones menos de habitantes y más que dañada, nacieron 422.000 niños. ¿He dicho ya cuántos nacieron en 2019?: 360.000. Sin comentarios. Sí, uno más, y también tiene que ver con la historia, y con una pandemia, con la de la mal llamada gripe española, que no se produjo aquí, no se sabe si fue en Francia, en China o en Estados Unidos, pero fue nuestro país neutral en 1918, en plena I Guerra Mundial, quien más afloró el problema, que acabó con más de cuarenta millones de personas en el mundo. Aquel año de 1919 cayeron menos los nacimientos (un 4,4%) que en 2019 los de madres españolas (5,3%). Vaya, que lo mires por donde lo mires no hay por dónde cogernos. Tarde, mal y nunca.

Pero lo cierto es que hay que mirarlo, más nos vale ver el problema, desde todos los ángulos. Y aquí no hay partidos que valgan. Y menos aún partidismos. Políticas, sí. Estudios también, mucha investigación, seria. Alguien tiene que ponerle el cascabel al gato. Si no, incluso el consumo cambiará en los próximos años, habrá productos que no tendrán sentido, que serán minoritarios, colegios que cerrarán, editoriales que se convertirán en nicho, marcas que pasarán al registro del peligro de extinción, por echarle un poco de humor a un tema que no tiene ni pizca de gracia pero que como Macarrón dice requiere, además de esa nombrada investigación, dosis ingentes de empatía social. Porque tampoco se puede imponer los hijos, ni la edad en la que se conciben, menos aún las condiciones. Y, sin embargo, sí hay que ver los obstáculos, los económicos, lo tarde que se acaban los másters, los precios de las casas, la falta de guarderías, la ligereza al hablar de conciliación y las mínimas medidas para conseguirla. Sí, el teletrabajo puede que nos ayude?, pero hay padres que se preguntan si es a tener al niño o la niña en el ligero equilibrio de unos brazos que intentan teclear el ordenador.

Casi todos los caminos nos conducen no a Roma sino a la educación. Quienes me conocen, saben que permanentemente me retrotraigo a ella como raíz de muchos problemas, pero también de las soluciones. Tal vez bastaría una simple campaña que parta de los colegios, de los libros infantiles, de los textos que se manejan en la primaria (después, casi siempre es tarde). Tal vez ideas fuerza en espacios televisivos infantiles, para alcanzar después las películas, las series? Menos protocolo y más patatas, vaya. Menos parole y más valores. Valor para afrontar el problema. Valor para entender el valor de la maternidad? y de la paternidad?, que más allá de sexos, y respetando todo tipo de familias, esto suele ser cosa de dos, al menos su introito. Por cierto.

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