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América da pena

La conjura contra América de HBO dramatiza la ficción distópica de la novela de Tim Roth al mando del brillante David Simon, creador y productor de The Wire. Evoca un potente parecido entre el Lindberg embelesado con los nazis y el Trump amigo de Putin y enemigo de todo aquel americano o europeo que no sea rico, blanco, cateto o socio de sus negocios. Una forma de gobernar que provoca opresión, sufrimiento y alimenta un estado policial.

Era evidente que la falta de un líder demócrata atractivo y con carácter, que encajase en la mentalidad americana -alejado de postulados socialistas- facilitaba la reelección del tirano, especialmente si la economía seguía creciendo a un ritmo fabuloso, como sucedió hasta el pasado mes de marzo. Pero llegó la pandemia y, parafraseando al genial Quevedo, "como Dios me lo depare, cándido o purpúreo, pío o cruel, benigno o sin sarna", no hay dios que no la padezca.

Después de negar la mayor (la pandemia), de negarse a usar mascarilla, aconsejar la ingesta de lejía, ridiculizar a la comunidad científica y desautorizar a los alcaldes y gobernadores demócratas que, bien asesorados, impusieron el confinamiento a sus conciudadanos, optó por lo que aquí sus hermanitos pequeños llaman "la paguita". Entregó setenta millones de cheques de 1.200 dólares a sus ciudadanos como medida de estímulo para combatir la pobreza que causa la enfermedad. La anécdota consiste en que es la primera vez en la historia de la Hacienda de los EE. UU. que el nombre de un presidente aparece en el pago.

Ha intentado controlar el relato sobre la responsabilidad de la pandemia con lo del "virus chino". Pero todos sabemos de dónde salió y también sabemos que no es producto de laboratorio. La cuestión es que el presidente de los EE. UU. ha eludido la gestión de la crisis y marginado al Dr. Fauci: el Fernando Simón americano. Con más de dos millones de infectados y 113.000 muertos, es el país más golpeado del mundo. Ha conseguido destrozar el leitmotiv de su campaña: ha vuelto a hacer a América otra vez pequeña. Y desagradable para los europeos. Pero no era este el punto de inflexión que los hados manejaban para provocar su caída. Ha sido un negro. Como Obama. Y después, un anciano. El de Buffalo.

Sus reacciones frente a la muerte de George Floyd y la caída del hombre de 75 años empujado por la policía me confirman que es un sociópata. Consideró que un descenso en el paro era "un gran día para George Floyd" y ha tuiteado que "el anciano exageró su caída porque, en realidad, es un antifa y cayó con mucha más fuerza de la que le empujaron". El lunes ocho de junio se dirigía a los gobernadores de las cuarenta ciudades con toque de queda y controladas por la Guardia Nacional instándoles a cargar contra los manifestantes: "[...]solo triunfan cuando ustedes son débiles y la mayoría de ustedes son débiles [...]. Tienen que arrestar a la gente, juzgar a la gente, meterles diez años en prisión y nunca volverán a ver estas cosas. Tienen que dominarlos, si no lo hacen, están perdiendo el tiempo. Van a arrollarles y ustedes van a parecer una panda de idiotas". Días antes alababa la actuación policial en Mineapolis: "Los tumbaron tan rápido como si fueran bolos", refiriéndose a los manifestantes.

Tal enajenación de la realidad y el aislamiento de la mínima sensibilidad social han causado furor incluso entre algunos republicanos, conscientes de que tienen a un energúmeno ex concursante de un programa de telerrealidad como presidente y próximo candidato a las elecciones presidenciales. Pequeños desmarques empiezan a aflorar. El secretario de Defensa de Estados Unidos, Mark Esper -equivalente a nuestra ministra de Defensa- no va a sacar las tropas a la calle como exigía su presidente. James Mattis, ex secretario de Defensa, le acusaba de acciones anticonstitucionales. Incluso George Bush se puso del lado de los manifestantes. Trump está transgrediendo valores democráticos ampliamente compartidos por los norteamericanos. El pegamento de la aversión a los demócratas evitó el impeachmeant y permite pocas fisuras entre los republicanos, pero todos son conscientes de los diez puntos de ventaja que le saca Biden a cinco meses de las elecciones.

El Dr. Fauci advertía el 9 de junio que la pandemia está lejos de terminar. La economía, principal aliado de Trump, se ha frenado en seco y tardará entre uno y dos años en recuperarse. En estos casos la historia de la Ciencia Política, tanto americana como del resto del mundo, nos advierte de la huida hacia adelante; de buscar un enemigo exterior en el que focalizar la frustración. Ha comenzado una guerra fría con China, ha retirado tropas de Alemania para gran alegría de los rusos, amenazaba con invadir Venezuela y no deja de apuntar a Corea del Norte. Puede buscarse unas Malvinas o un Perejil. Provocar una crisis internacional fabulosa. Cualquier cosa con tal de no perder el poder. Revivo la enorme tensión que sentí en 1994 con aquella célebre secuencia de Pulp Fiction: "Bring out the gimp" (saca al tarado).

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