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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El fútbol ni va ni viene

Camus aprendió la ética en el fútbol, otro ejemplo de la pretenciosidad gala. El balón funciona en realidad como una lingua franca, tiende vínculos hacia personas con las que no tendrías ningún tema ni motivo de conversación. Y aquí empiezan los problemas, con el derrumbe del totalitario de qué hablaríamos si no existiera el deporte rey. Ha dejado de existir durante tres meses, y no hemos estado precisamente callados. Se pueden criticar los excesos emocionales y la querencia lacrimógena de la prensa confinada, pero no la explosión informativa que ha superado a noventa finales de Champions, una diaria.

En el catálogo de añoranzas durante el enclaustramiento no figuran ni el Barça ni el Madrid, cascarones sin contenido frente al deporte a vida o muerte librado este año. Messi no debía ser tan importante, cuando prefiero leer una entrevista a un epidemiólogo. Los sanitarios en primera línea, no los otros, han adquirido la dignidad del coraje. Los mitos deportivos se derrumban frente a un enfermero anónimo. Y sí, se han pagado medio millón de euros por las alpargatas de Michael Jordan, pero incluso el éxito del nostálgico documental The last dance aniquila la actualidad deportiva.

Y sin embargo, el fútbol vuelve a intentarlo. Sin público, una pantomima equivalente a inventar la paella sin arroz. Valdano, quizás la única prueba de que en el balompié hay vida inteligente, admite que sacar a la Liga de la UCI es "como si empezara de cero". Le sobra el "como si" porque el fútbol no viene, se va. No cabe menospreciar el vozarrón de un locutor radiofónico, equivalente a treinta mil espectadores ausentes, pero la impostura es de campeonato. Por no hablar del intento de que una sociedad que sale de la cueva, tras los embates del coronavirus, se estremezca ante el calor extenuante que sufrirán los abnegados millonarios del balón. El marcador está a cero, y ahí seguirá cuando acabe esta Liga de achicoria.

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