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La piel como amenaza

En Estados Unidos el poder de un agente es infinito, casi tanto como la estupidez humana, y puede detener a un ciudadano por impago de multas o a una niña por un berrinche escolar

El sociólogo británico Frederick Hertz, nacido en Viena como Friedrich Otto, entendía que en el corazón del racismo se halla el aserto religioso que considera que Dios comete errores creativos cuando trae a algunas gentes a la vida. Es obvio, y por lo que vemos últimamente en el País de la Abundancia, que esa creencia sigue viva en no pocos de nuestros contemporáneos, de allí pero también de más acá, como si los pasados episodios de racismo ya debieran ser solo pasto de archivos y documentales. El vienés Hertz, que sufrió los odios de los nuevos amos de su Austria tras la anexión nazi, sabía de lo que hablaba (ya en 1904 publicó en su ciudad su obra Modern Tehories of Race). Conocía a la perfección que el racismo, por mucho que se le dé pátinas de esmaltes sociológicos o tintes de intelectualidad, trae causa primera, y en no pocas ocasiones única, de la ignorancia de sus adeptos, practicantes y seguidores.

Las imágenes de un hombre negro ahogándose bajo la rodilla de un policía blanco, duelen, duelen mucho, pero no debieran sorprender a nadie que conozca algo el caldo societario de aquel país. El racismo, que en nuestros lares pasa casi desapercibido, cuando no maquillado, en la América que vive entre el río grande y la frontera canadiense campa a sus anchas. El historial de casos en los cuales algún agente policial estadounidense de tez blanca utiliza su fuerza para acabar con la existencia de algún ciudadano cuya piel es más negra por aquello de la melanina, de forma desmesurada y sin que exista causa suficiente para tal desenlace, no son desgraciadamente escasos. El caso contrario, es decir un policía negro conduciéndose de igual forma con un ciudadano blanco, se da muy raramente. Los que por aquí todavía se sorprenden de esa desproporcionada actitud policial, no deben olvidar que en los Estados Unidos el poder de un agente es infinito, casi tanto como la estupidez humana, y así, puede detener a un ciudadano por impago de multas o esposar a una niña de pocos años por un berrinche escolar. Ese es el ambiente, ese es hábitat. Como diría el castizo, es lo que hay.

Y claro la presencia del actual jefe del Ejecutivo no ayuda a que esa purulencia disminuya. No son desconocidas por los estadounidenses las manifestaciones de un Donald Trump anterior a su llegada a la Casa Blanca en cuanto a los que él consideraba üntermensch, donde incluía negros, hispanos pero también ciegos o discapacitados, a los efectos de poder conseguir un contrato de alquiler en alguna de sus propiedades. El que ahora tenga que disimular su opinión en cuanto a esas "minorías" por aquello del cargo no disminuye el peligro que entraña su presencia y sobre todo sus maneras (no consigo dejar de vislumbrar la imagen del Mussolini de viejos noticieros cada vez que percibo la imagen de Trump con su mandíbula apuntando al cielo). Sus últimas manifestaciones ante el estado de las cosas en su país, tras la muerte injusta y violenta de George Floyd, no ayudan a suavizar las protestas, no es extraño que parezca regar el conflicto con un poco más de gasolina cada vez que abre la boca, y es que el presidente no ve en los que no le bailan el agua adversarios, solo enemigos y con los enemigos no se dialoga, no se habla, se les combate y punto. Es curioso que en una de las paredes del domicilio actual de Trump, en ese número 1.600, de la Avenida de Pennsylvania, cuelgue un retrato del decimo sexto presidente de la nación, que decía solo destruía a sus enemigos cuando les convertía en su amigos. Se ve que el espíritu de Lincoln no ha calado en quien le sucede, por la gracia de sus votantes no debe olvidarse, en el cargo con el número 45. Y es entendible porque el único bagaje personal que parece haber aportado al cargo el de ahora es un inconmensurable ego, pues como bien expreso él mismo, enseñadme a una persona sin ego y os enseñare a un gran perdedor.

No, lo lamentable no es la falta de comprensión, que no de justificación de los alborotos y sus desmanes, lo que prima en el jefe del Ejecutivo estadounidense, sino el hecho de que no consiga entender que quien enciende la mecha de los altercados callejeros es el propietario de la rodilla que estrangulo a Floyd al sentirse amenazado por el color de su piel. Y es que la combinación de la ignorancia con el poder trae siempre trágicos resultados, sea en un agente policial o sea en el líder del país.

Cosa distinta es la actitud de algunos que, con el pretexto de protestar contra el hecho luctuoso de la muerte de George Floyd, utilizan la circunstancia para destrozar comercios y arramblar con todo tipo de artículos. Esos no actúan movidos por la solidaridad con el ciudadano muerto, sino por egoísmo y para su propio beneficio y en eso su comportamiento les acerca peligrosamente a la actitud del morador de la Casa Blanca.

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