El refranero español dice aquella frase de "cuando el río suena, agua lleva". Estos últimos meses, a causa del Sars-Cov2 (conocido como Covid-19 o coronavirus) nos hemos podido dar cuenta de cómo de cierta es esta expresión.

Durante meses, los profesionales de la salud hemos estado en línea directa de la gestión de esta pandemia: hemos sido aplaudidos cada tarde e incluso se nos ha tratado de héroes. Pero una vez los efectos devastadores a nivel sanitario se han reducido, nuestra presencia y reconocimiento en la esfera pública han sufrido una disminución drástica.

Esto no es nuevo. Los profesionales de la salud estamos por desgracia habituados a la situación. Si lo recuerdan, hace casi 10 años muchos de nosotros salimos a las calles pidiendo una sanidad pública de calidad y expresamos nuestro desacuerdo con los recortes. Unos recortes cuyos efectos hemos visto durante esta crisis.

¿Qué ha cambiado desde hace 10 años? Nada. La precariedad laboral y la congelación de los sueldos sigue estando presente, los contratos son en su mayoría a tiempo parcial y los estudiantes deciden de partir al extranjero porque no somos capaces de motivarlos a ejercer en nuestra región o país.

Debo reconocerles mi pesimismo y mi tristeza. Pesimismo, porque no hemos aprendido nada de la crisis. Tristeza, porque nadie vendrá a ayudarnos en nuestra caída al olvido. Porque nuestras voces no quieren ser escuchadas, porque hoy lo que se busca es la confrontación, las culpas, las (ir)responsabilidades.

Los profesionales sanitarios merecemos un respeto. No son tolerables las conductas de éstas últimas semanas de la parte de todos aquellos que han decidido, en un riesgo claro para la salud pública, de no respetar los gestos de protección creyéndose superiores al resto de los ciudadanos. Su osadía la podemos pagar muy cara, y de nuevo, seremos nosotros quiénes deberemos exponernos al riesgo, en silencio.

Pero como decía antes, cuando el río suena, agua lleva. Desde hace años, no puedo evitar la sensación que los profesionales de la salud no tenemos el derecho a pedir ayuda. Se nos recrimina nuestro sueldo, nuestros horarios, nuestro trabajo. Pura ignorancia e incomprensión. Una ignorancia que deteriora la confianza en nuestra profesionalidad, en una especie de "superioridad moral" que no lleva más que a la desilusión.

Si dedicásemos un poco más de tiempo a ayudar a aquellos que más han sufrido la crisis y un poco menos a la confrontación, tal vez podríamos salir de este desafío juntos. Pero a día de hoy, este debate no es posible porque nuestra sociedad se muestra infantil, inmadura, quejica y ensimismada.

Les ruego que no se olviden de nosotros. No olviden de dirigir unas buenas palabras a sus médicos y enfermeras, técnicos en cuidados, celadores, técnicos de radiología? en los hospitales, centros de salud, clínicas, residencias? De darles ánimos y de recordarles que no están solos. Créanme si les digo que se lo agradeceremos.

*Enfermero en Psiquiatría en Lyon (Francia)

Interno en el Consejo Mundial de Enfermería