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Tribuna

Llenaremos los océanos de lejía, mascarillas y metacrilato

Vivimos tiempo de cambio en los que mutan hasta las verdades, y en relación con la pandemia que nos ocupa la evidencia disponible cambia cada día. Los respiradores parece que ya no son tan importantes, ni la neumonía es el único problema, pues el SARs Covid2 beta produce un cuadro sistémico que en algunos pacientes predispuestos limita la capacidad de transportar oxígeno de la sangre, mientras que en otros se observan ictus y complicaciones cardio-vasculares mortales que tratamos con anticoagulantes. Qué lejos y qué cerca estamos del primer artículo que cayó en mis manos en marzo, en el que médicos franceses auguraban un tratamiento exitoso antivírico con hidroxicloroquina, un barato y accesible medicamento de uso común.

Ahora, además hay sospechas de que la inmunización de nuestra población es más baja de lo esperado, lo cual es una noticia con sabor agridulce. Su parte positiva indica que nuestro enemigo el virus es menos transmisible y, por tanto, más fácil de controlar; sin embargo, la vertiente oscura de este hallazgo es que hay un número mucho menor de infectados ocultos, lo que hace que la mortalidad en función de la población contagiada aumente. En pocas palabras, parece que el Covid2 se contagia menos, pero puede ser más mortífero.

Lo que sí aparenta ser más contagioso que el virus es el miedo, que paradójicamente no viene solo, sino que a la vez que ese sentimiento atenaza a una parte de la población que se sobreprotege, otro sector de nuestra ciudadanía adolece de falta de responsabilidad y organiza quedadas, botellones, escapadas, estriptis en la vía pública, o incluso llegan a pretender "comerse vivo" a un agente de seguridad.

Centrándonos en ese miedo, es ese sentimiento y no otro el que, trufado con egoísmo, voluntarismo y el síndrome de Dunning-Kruger de algunos de nuestros regidores, trae como consecuencia estrategias de protección a veces disparatadas. Perdónenme la expresión coloquial, pero es que poner mamparas en las playas no se le ocurre ni "al que asó la manteca". Y lo que no me explico es como semejante desvarío puede acabar en todos los informativos. Este es el círculo vicioso de insensatez y populismo que termina con un regidor limpiando la playa de Zahara de los Atunes con lejía, o con un grupo de hosteleros pidiendo que los camareros atiendan a los clientes sin mascarilla, pero con la boca cerrada.

La mascarilla es un EPI cuyo uso se ha redefinido durante estas semanas de pandemia, pasando de ser un EPI de uso egoísta a uno altruista. Esto tiene su explicación en que la primera justificación para su uso fue la protección personal, algo para lo que no parece ser tan eficaz. Para que sea más fácil de entender: un individuo sano con mascarilla, rodeado de personas infectadas sin ella, probablemente se contagiaría. Sin embargo, la mascarilla es muy útil para proteger a los demás, hasta el punto de que, si el 60% de la población la usase en el transporte público y en recintos donde la "cercanía social" es mayor, la epidemia se controlaría mejor. De modo que lo recomendable es llevar siempre la mascarilla y ponerla, para proteger a los demás, en circunstancias de cercanía social. De este modo reduciríamos mucho la emisión por nuestras vías aéreas de microgotas, que son los mayores vehículos del virus.

El otro campo de batalla son las manos, que no son una puerta de entrada de la infección, pero sí un vehículo entre las zonas infectadas y nuestras mucosas. El enfoque correcto es lavar y desinfectarlas bien, frecuentemente, y evitar tocar con ellas nuestras mucosas: ojos, nariz y boca. Y aquí entra directamente la polémica sobre el uso de los guantes. Los guantes se pueden utilizar para proteger las manos de un operario con exigencias mecánicas o las de una persona en un puesto de interacción masiva con el público, como una cajera de un supermercado, o un camarero, al igual que los usan los manipuladores de alimentos; y todas estas aplicaciones tienen en común que los guantes se ponen al empezar la jornada de trabajo y se retiran al acabar la misma, se usa un par por persona y día.

Hay que tener en cuenta además que los guantes también tienen un primordial uso sanitario, y son un EPI imprescindible para prevenir la infección cruzada en campo no estéril, como las áreas de atención clínica, y para evitar las infecciones en medios estériles, como es un quirófano. Pero aquí, estériles o no, son de un solo uso, y esto es lo más importante. Nunca verán a un sanitario atendiendo clínicamente con el mismo guante a distintos pacientes. En consecuencia, como EPI no está justificado su uso por la población general, porque no previenen ni evitan los contagios, pues el virus no puede infectar las células de la piel de nuestras manos. Y, por el contrario, su uso generalizado contribuye a crear escasez para los sanitarios, por no hablar de la basura de látex, nitrilo y otros componentes que generamos.

Para el resto de medidas sociales preventivas propuestas, que cada día nos llegan de particulares y corporaciones, curriculares, arquitectónicas, digitales y de todo tipo, solicitaría humildemente que no nos dejemos llevar por la inercia de este miedo, que las evaluemos bien y que no sobreactuemos tomando decisiones que podrían cambiar nuestra vida de forma irreversible. Fundamentalmente sin tener en cuenta que algunas ellas no tengan eficacia demostrada, impliquen una inversión de recursos importante no justificada, debiliten nuestro sistema inmune, y en el peor de los casos, puedan ser innecesarias dentro de un año. Como conclusión, y enlazando con el titular de este artículo, usemos el sentido común buscando el bien común, sin contaminar innecesariamente.

*Dentista

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