-"Estoy de los sectarios hasta los mismísimos?".

-"No podemos publicarlo así, D. José".

-"Bueno, pues pon: 'Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas formas de hemiplejía moral'.

El anterior diálogo ficticio entre el filósofo español D. José Ortega y Gasset y su editor bien pudo tener lugar dentro de la cabeza del primero cuando redactaba el prólogo a la edición francesa de su libro La Rebelión de las Masas, publicado en 1937.

(* Aviso a los que leen tan sólo los primeros párrafos de un artículo: Ortega no quería decir que no se pudiera simpatizar con posiciones de la izquierda o de la derecha, algo perfectamente legítimo. El filósofo criticaba las posiciones e inamovible división entre quienes dicen "ser" de una u otra facción del arco político, sin capacidad de ver nada malo en "los suyos", ni nada bueno en "los contrarios". Porque una cosa es simpatizar e, incluso, votar a una opción; y otra muy distinta que la etiqueta autoimpuesta por uno mismo -o por su tribu- le impida tener criterio propio y crítico para valorar de forma libre y justa las distintas opciones políticas de cada momento en función de lo que en realidad ofrecen, y no de la bandera que -en teoría- enarbolen).

Y, a pesar de que en menos de dos décadas la frase cumplirá un siglo, las cosas no han mejorado en España, lamentablemente. Antes, al contrario, han empeorado ostensiblemente durante los últimos diez o quince años. Actualmente existe una mayoría que por "ser" de izquierdas o por "ser" de derechas, es incapaz de plantearse un cambio de voto, aunque los suyos le lleven al abismo.

Eso ha llevado a ciertos representantes políticos de la Oposición, tanto de izquierdas como de derechas, a envalentonarse y poner palos en las ruedas de los Gobiernos, incluso en situaciones históricas excepcionalmente difíciles para el país, en las que todos -y, muy especialmente, esos representantes políticos- deberían mantenerse y mantenernos unidos, por el bien común.

Y no me refiero única y exclusivamente a la actual situación provocada por el Covid- 19, en la que, si bien las críticas constructivas son aceptables, las legítimas peticiones de cuentas al Gobierno PSOE-UPodemos por presunta incompetencia deberían aplazarse para cuando todo esté solucionado: ahora no es momento de ponerse zancadillas, sino de arrimar el hombro y pocos partidos en la oposición (solo unos pocos moderados) lo están haciendo sin solicitar prebendas a cambio.

Recuerdo otra situación reciente y terrible para los españoles: los graves atentados del 11 de marzo de 2004, ocurridos pocas horas antes de unas elecciones generales, y en los que murieron cientos de inocentes, dejando multitud de heridos con gravísimas secuelas. En aquella ocasión, estando en el Gobierno el PP (ejecutivo que probablemente tampoco estuvo exento de iniciales reacciones de cierta torpeza), algunos representantes políticos de izquierdas, en lugar de arrimar el hombro mediante, por ejemplo, un acuerdo para aplazar temporalmente las elecciones (que -además de demostrar a los autores de la masacre que no iban a influirnos- permitiera a los españoles votar en frío, y no en caliente y con la sangre de las víctimas todavía presente) se apresuraron a alentar manifestaciones y concentraciones de todo tipo, que calentaron el ambiente en una "jornada de reflexión" atípica nunca vista en España, que tuvo de todo, menos de reflexión serena y pacífica (que es para lo que están diseñadas dichas jornadas de reflexión).

Que nadie me malinterprete: lo segundo no justifica en absoluto lo primero. Y tampoco comparo las situaciones, ambas indudablemente traumáticas, aunque diferentes obviamente entre sí. Sólo quiero apuntar que esa actitud aprovechada, consistente en sacar réditos políticos a toda costa, trasciende las "ideologías", y tiene más que ver con la calaña de algunos representantes políticos (aunque no todos sean así), tanto en la derecha como en la izquierda.

Probablemente deberíamos hacer caso a la tácita recomendación de Ortega, y dejarnos, por tanto, de etiquetas: eligiendo, en cada ocasión, en función de lo que ofrece de verdad cada opción política, y de la -probada- honestidad y sinceridad de cada uno de sus representantes; sin prestar tanta atención a si se auto etiquetan como "de derechas" o "de izquierdas". Eso sí, en mi opinión, huyendo siempre de extremismos y radicalismos que, normalmente, poco pueden ofrecer para solucionar los problemas de una sociedad, sino que suelen estar más interesados en la confrontación de los ciudadanos entre sí.

*Abogado