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María Amengual

Amar la vida

Hay gente que tiene un problema para cada solución. Personas que no pueden soportar la felicidad ajena. Soy de las que sostienen que se puede ser feliz incluso en los peores momentos de la vida. Porque la felicidad se parece mucho a estar tranquilo. A aceptar el escaso control que tenemos sobre nuestra propia existencia. A saber que un golpe puede llevárselo todo y -precisamente por eso- ser consciente de lo importante que es disfrutar cada momento y de cada persona. Me he reído a carcajadas de mí misma en las circunstancias más desfavorables y creo que eso, justamente, es lo que me ha ayudado a superarlas.

Es mi segunda vez en fase 1 de desconfinamiento.Tuve la suerte de viajar a Formentera para contar que era uno de los primeros lugares de España en recuperar libertades. Lloré de la emoción porque fui la primera en pedir un café y un zumo de naranja en el bar centro de Sant Francesc Xavier, desde donde hacía los directos matinales. Soy absolutamente feliz de poder volver a pasear en la Colonia de Sant Jordi, tomarme un helado y hacer natación en sus aguas cristalinas. Poco más necesito. Porque lo más importante es que no tengo miedo.

Emocionarse ante un café en una terraza con una iglesia de fondo es recordar a quienes ya no podrán volver a hacerlo. A los que lo harán con nostalgia porque no pudieron despedirse de sus seres queridos. Saberse afortunado y agradecérselo a la vida, a Dios, o a lo que uno quiera es ser muy consciente del sufrimiento. Ajeno y propio. No por darle una pátina de gravedad y amargura se sufre más. Todos hemos pasado un confinamiento de semanas; no ha sido fácil para nadie. He tenido momentos en los que no le veía un final a estar encerrada entre cuatro paredes. Pero, a pesar del recuento diario de muertes, enfermos, ERTES y vidas truncadas, he tratado de mantenerme optimista y de cuidar de los míos.

En los últimos meses, he perdido un hijo, al perro que me ha acompañado la mitad de mi vida y he sabido enfermo a uno de los amigos de toda la vida de la familia, que sigue siendo uno de esos números que lucha por su vida en una UCI desde hace semanas. La pandemia ha aplazado sine die mi proyecto de ser madre. He exigido un plan coherente para sacarnos de esta y me he enervado con algunos anuncios. Porque me cuesta obedecer. Amo demasiado mi libertad; esa que va asociada a la responsabilidad individual.

A pesar de todo, o puede que por todo, me siento ahora con más ganas de vivir que nunca. La alegría de una caña con amigos es infinita; el gozo de saber que mi madre puede, por fin, cuidar de su jardín en su segunda residencia me llena de gratitud. Hemos vuelto a ver el mar, a sentir el sol en la piel. Volveremos pronto a viajar. A Formentera, a Menorca, a Ibiza. A redescubrir lo que teníamos más cerca como si fuera la primera vez. Como si se tratara de un regalo, que es lo que siempre ha sido, aunque no nos diéramos cuenta. Sentir esa alegría de vivir es una manera de agradecer todo su esfuerzo a quienes lo han hecho posible tan válida como aplaudir a las ocho. Ser un amargado no otorga ningún tipo de superioridad moral. Disfruten de la fase 1. Amen la vida.

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