En estos virulentos tiempos de encierros y de entierros ha sobresalido la generalizada sensación de que las virtudes ciudadanas han tocado techo. La solidaridad se ha desbocado, el amor al prójimo milagrosamente ha resucitado y cada uno está súbitamente dando lo mejor de cada cual, como si de repente la bonhomía hubiera aterrizado en nuestros pechos y echado raíces en nuestros corazones. Además, en los medios de comunicación han florecido artículos, comentarios y opiniones que auguran la llegada de una nueva normalidad, más precaria eso sí, pero también más justa, más ecológica y más igual, consecuencia de una reflexión sobre qué hemos hecho mal en el pasado y qué podemos mejorar de cara a un incierto futuro. Pero nada más atisbarse en el horizonte el final de la reclusión, los cánticos cómplices entre balcones han dado paso a la relajación de las medidas de protección y a la reclamación de las libertades supuestamente perdidas. En la América de Trump, concretamente en la ciudad de Lansing, capital del estado de Michigan, unos ciudadanos indignados han decidido presentarse en el Capitolio del estado con indumentaria paramilitar y armados hasta los dientes, para pedir a la gobernadora Whitmer el levantamiento de las restricciones. Como reacción y en referencia a esos ciudadanos, el presidente ha dicho que son muy buenas personas pero están enfadadas.

En el caso de nuestro país el termómetro que podía medir el grado de solidaridad ciudadana al trasladarse de los balcones a la calle era el final del confinamiento, que se produjo el pasado día dos de mayo; desde mi experiencia personal les puedo contar lo que vi: gentes que, en su mayoría, no respetaban las distancias recomendadas, con una actitud ligeramente chulesca, como reivindicando la libertad robada y recuperada, y circulando despreocupadamente sin apartarse un milímetro de su trayectoria; en esa actitud incluyo a los ciclistas y a los runners, que jadeaban a un palmo de tu cara si tú, por propia iniciativa no te apartabas. "¿Volver a salir? Preferiría no hacerlo", que diría Bartleby, el escribiente, el protagonista del célebre cuento de Herman Melville.

¿Será gracias a esa ciudadanía supuestamente solidaria y al grito de Resistiré que se neutralizará el virus y se repartirá equitativamente lo que pueda quedar de nuestra maltrecha tesorería? Pienso que no. Menos mal que tenemos algunos políticos sensatos que hacen lo que pueden en ambos frentes; en el primero desde la lógica sanitaria, y en el segundo desde la solidaridad, esa sí real, para evitar un aumento espectacular de las desigualdades que a buen seguro se fomentará desde las siniestras madrigueras de los inevitables beneficiarios de la pandemia.

* Arquitecto