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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Sánchez y el caos

Asociar la figura del presidente al desorden máximo, con ironía y sarcasmo, no deja de ser un sano ejercicio de la razón confinada

Se me adelantó M.A. Aguilar en resucitar al Chumy Chúmez de 1975. Era obligado tras la rueda de prensa de Sánchez. El prócer de la nación en apuros dirigiéndose a la multitud: ¡O nosotros o el caos! Multitud: ¡El caos, el caos! El prócer: Es igual, también somos nosotros. Contra lo que pudiera parecer disparatado, asociar la figura de Sánchez al caos, con la pertinente colaboración de la ironía y algunas gotas de sarcasmo, no deja de ser un sano ejercicio de la razón confinada.

Que la figura de Sánchez podía estar ligada al caos no es ocurrencia de última hora. De tal asociación fueron conscientes, no las fuerzas conservadoras, sino las mentes más preclaras del PSOE, avezadas a la tradición socialdemócrata de los órganos de debate, de la obligación consuetudinaria de la crítica a la comisión ejecutiva desde todos los azimuts, del control del poder interno; también de que el partido era un instrumento de los ciudadanos, de la nación, y no al revés. El año era 2016 y tras dos elecciones se discutía en el PSOE la posibilidad de abstenerse en la votación de investidura para posibilitar la elección de Rajoy y evitar unas terceras elecciones, un caos de incapacidad democrática. Sánchez, que en 2014 preconizaba la desaparición del ministerio de Defensa, funerales de Estado para las víctimas de violencia de género y el reconocimiento de Cataluña como nación, tramaba ya conjurarse con los independentistas para acceder a la presidencia de un gobierno Frankenstein y formulaba su eslogan más célebre "no es no" ante su propio partido y la opinión pública. El "no es no" abocaba al caos de unas terceras elecciones y provocó la destitución de Sánchez en una dramática sesión del comité federal, con episodios tan vergonzosos como la ocultación de la urna de votación tras una mampara.

Lo ocurrido después, la gestora dirigida por el sensato Fernández, la Hégira de Sánchez por toda España al volante de su Peugeot 407, su aplastante victoria contra una Susana Díaz apoyada por la plana mayor del felipismo, una argamasa institucional clientelar, carente del perfil liberador del ineficaz corsé intelectual, emocional y político de la dictadura que aún permeaba la acción de sus herederos más directos, que caracterizó al PSOE de 1982, todo eso es historia. También lo es la transformación del PSOE en una organización al servicio del cesarismo del líder, vacunada contra la crítica interna, sin órganos que pudieran menoscabar el poder de un dirigente que interactúa con las bases a través del plasma televisivo. Donde las contradicciones del jefe, como el no o el sí al 155 en Cataluña, la condición de rebelión o sedición de los luctuosos acontecimientos de 2017 en Cataluña, no son achacables a su falta de criterio, sino a su especial sensibilidad para captar los cambios de la realidad. El jefe es un táctico genial. Para evaluar su condición de sabio de la estrategia será necesario dejar transcurrir el tiempo, pero sin duda será recordado como el gran estadista que necesitaba España. El caos es el desorden previo a todo. Si a Dios le llevó una semana ordenarlo, ¿cómo no le va a llevar un tiempo a Sánchez ordenar el caos creado por el coronavirus? Hay que precisar que ha sido un caos estimulado por el propio Sánchez, negligente, como otros dirigentes europeos, en tomar medidas a tiempo, que nos ha conducido a más de 200.000 infectados, de los cuales 44.000 son sanitarios; un recuento provisional de 26.000 muertos, los números más altos del mundo en relación a la población, de los cuales desconocemos cuántos eran sanitarios, otra cifra ocultada a la ciudadanía.

Sánchez rehusó pactar con Unidas Podemos hace un año, tras las elecciones de abril y también en la campaña de las elecciones de noviembre. El motivo: ni él ni el 95% de los ciudadanos podrían dormir con ministros de UP. Repite en octubre que aspira a gobernar sin aquéllos y los independentistas. Sería el caos. El caos reside en al naturaleza y el Sánchez hombre aspira a ordenarlo. Pero el resultado de las elecciones es peor que en abril. UP también pierde posiciones. Sánchez ve comprometida su apuesta personal de futuro si es coherente con sus palabras y escoge ser coherente con sus ambiciones, las que llevaron a algún analista en 2015 a asegurar en IB3 que él era el político más coherente de España. Entonces abrazó el caos y formó con UP el gobierno más numeroso de nuestra historia apoyado en los que quieren destruir el Estado. Ahora, culpaba del posible caos y de los miles de muertes que se iban a producir de no aprobar la prórroga del estado de alarma, no a quienes se conjuraron con él votándole o absteniéndose en su investidura porque pensaban que era la vía más posibilista para la destrucción de España, PNV, ERC y Bildu, y que ahora le abandonaban, sino al PP presidido, es un decir, por Casado. Se aseguró la complacencia televisiva con 15 millones a Mediaset y Antena 3 que completara el giro de El País, que pasó de motejarle editorialmente como un insensato sin escrúpulos a convertirse en el defensa central de su figura. Su amenaza al PP se completaba con la falsedad canalla de que todas las medidas de protección social, como los ERTES caducarían con el mismo estado de alarma, algo que, por lo visto, tiene previsto para el 30 de junio. Lo hace por una razón. Cuando haya pasado la pandemia, la tragedia más devastadora sufrida por los españoles después de la guerra civil, a lo que aspira es a recuperar los apoyos que le hicieron presidente, encabezando la heterogénea coalición negativa que asegura el frentismo que divide el país y le obliga a un permanente hacer y deshacer la economía como si fuera el telar de Penélope.

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