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Desde el siglo XX

EL "Ciudadano Bergoglio" solivianta a la derecha

No es la primera vez que las muy católicas derechas hispanas, las que llegaron a ser "luz de Trento" y "martillo de herejes", ven al papa felizmente reinante como el enemigo a batir, a alguien que vulnera la inmutable ortodoxia que en las Españas ha sido el santo y seña de su cosmovisión. Veamos un llamativo antecedente: en 1891 el papa León XIII publicó una encíclica, la Rerum Novarum (De las cosas nuevas o De los cambios políticos), que constituyó un tímido acercamiento a lo que se denominaba entonces "cuestión social", al mundo del trabajo. La Iglesia, sin remover ningún fundamento de su alineamiento con los principios capitalistas, aceptaba que los obreros sí podían ser objeto de determinados derechos. Aquello se consideró anatema por la carcancia católica española, que, escandalizada, organizó rogativas para implorar "la conversión del Papa". León XIII un hereje. Han transcurrido 130 años, dos guerras mundiales, en España una guerra civil y la peor dictadura, eso sí, nacionalcatólica, de las padecidas por los españoles, y hete aquí que otro papa, Francisco, solivianta a los católicos sin mácula, que hasta reniegan de llamarlo pontífice refiriéndose a él como "el ciudadano Bergoglio", afortunado hallazgo, por definir quiénes son y lo que pretenden, de Santiago Abascal, líder de Vox, amigo íntimo de Pablo Casado, presidente del PP, incansable en recordarle que tiene abiertas de par en par las puertas del partido para establecer la "mayoría natural" que en su día preconizó Manuel Fraga y hoy reclama el mentor de Casado, José María Aznar. ¿Qué dogma ha vulnerado el papa Francisco para ser objeto de la desabrida invectiva de Abascal? No han sido el aborto o la eutanasia, asuntos en los que el Papa se ciñe a la doctrina tradicional de la Iglesia católica, sino la de defender la implantación de la renta mínima vital, que, contemplando la hecatombe que desencadena el Covid-19, se antoja imprescindible. Para Abascal, no, porque es una forma, dice, de pesebre que desincentiva la creatividad, el esfuerzo necesario para crear riqueza. Casado no se pronuncia claramente, según acostumbra, pero parece que tampoco es un entusiasta de la medida, defendida sin fisuras por el "papa peronista".

A los católicos españoles, en general, Francisco no les cae bien. Coligen que es "de izquierdas", alguien que se aparta de su concepción del papado. No sorprende la reacción de Vox ni la frialdad del PP, como tampoco es novedad la animadversión que despierta en sustancial porcentaje de obispos españoles, nombrados en los tiempos en los que reverdeció el nacionalcatolicismo de la mano de los papas polaco y alemán, Wojtyla y Ratzinger, y de su vicario en las Españas, el que fue cardenal arzobispo de Madrid Antonio María Rouco Varela. Se trata de un grupo de eminencias, entre las que sobresalen los titulares de las archidiócesis y diócesis de Oviedo, Bilbao (multado por pasarse la cuarentena por salvada sea la parte y con el descaro suficiente para "perdonar" a quienes dieron a conocer lo sucedido), Córdoba, Granada, Zaragoza y unas decenas de teloneros, que no se atreven a un enfrentamiento abierto con Roma (llevarían las de perder), pero hacen lo que pueden para que embarranquen las iniciativas de Francisco. Atendamos a cómo han diluido el combate contra la pederastia eclesial. Francisco tiene a su lado al presidente y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, los cardenales arzobispos de Barcelona y Madrid, Omella y Osoro, cuenta con la no beligerancia de otro poderoso cardenal, el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, maltrecho de salud, a las puertas de la jubilación, prevista para octubre.

La pandemia ha puesto en evidencia la liviandad de la Iglesia católica española, de facto desaparecida; solo se ha hecho notar para protestar, si bien tímidamente, por las dificultades que el estado de alarma impone en las celebraciones del culto. Las misas. Aducen que Cáritas está llevando a cabo una actividad impagable. Esencial. Cierto. No lo es menos que no son las diócesis quienes financian mayoritariamente a la organización católica. Es el Estado.

Lo sorprendente es que los obispos afeen a la clase política su mala gestión, sin reparar que la suya es inexistente. El secretario de la Conferencia Episcopal, portavoz de la misma, el obispo Luis Argüello, precisa, sobre la renta mínima vital, que la Iglesia católica está a favor, que la consideran necesaria y urgente, pero, ay, no ha de ser permanente, para evitar la creación de "amplios grupos subsidiados sin horizonte de trabajo". Una cierta, desasosegante similitud con los postulado de Vox sí que se detecta en las apreciaciones de Argüello, prelado vinculado al Opus Dei.

Trabajo no les falta a Omella y Osoro, así como al nuevo nuncio del Papa en España, el arzobispo filipino Bernardito Auza, que ha sustituido al italiano Renzo Fratini, que optó por despedirse de España execrando la decisión de expurgar la basílica del Valle de los Caídos de la momia del general Franco. Se ha dicho que el episcopado español no tiene remedio, que es, junto al polaco, el más reacio a asumir los cambios que preconiza Francisco, quien, despacio, como es norma en la Iglesia católica, cambia los titulares de las diócesis cuando las vacantes se lo permiten. Ha cubierto con hombres de su cuerda las dos principales archidiócesis de España, las de Madrid y Barcelona, colocando a sus titulares, no sin un intenso forcejeo con los nacionalcatólicos, a los mandos de la Conferencia Episcopal. En octubre caerá la tercera archidiócesis, la de Valencia. Los obispos trabucaires mantienen posiciones sólidas, no cejan en el empeño de abominar de lo que viene de la herética Roma. Atender a lo que proclaman las ilustrísimas de Alcalá de Henares, Toledo, Las Palmas y de diócesis castellanas y andaluzas permite hacerse idea cabal de por dónde discurren las querencias de los levantiscos obispos.

No debe sorprender el exabrupto de Abascal, la gélida frialdad de las derechas con las exhortaciones apostólicas de Francisco. No es el actual el Papa que requieren, siempre ancladas en el pasado, nunca capaces de la mirada larga que el mundo actual demanda. En los años finales del siglo XIX rezaron por la conversión del Papa; hoy, con insultante desparpajo, descalifican a Franciso. Quién es él para proclamar que la renta mínima vital es una necesidad imperiosa. Es la opinión del "ciudadano Bergoglio", nada más. No es la suprema autoridad de la Iglesia católica, el vértice de la pirámide. El nunca extinguido nacionalcatolicismo español hace suyo a beneficio de inventario lo que le conviene de lo que llega de Roma. Lo que no le gusta es ignorado o despreciado. Su íntimo e inconfesable deseo es el de tener los obispos que proclamaron que el golpe de Estado que precipitó la Guerra Civil de 1936-1939 fue una "cruzada" de la España eterna contra quienes la rechazaban, entre la cristiandad y la barbarie. Los dramáticos tiempos del coronavirus que estamos viviendo permiten que salgan a relucir sus pulsiones, que desaten los demonios que anidan en su interior. Francisco ha pedido a sus jerarcas obedecer a las autoridades para combatir al virus, pero no pocos obispos exhiben la indignación que les causan las intervenciones de la policía en los templos. Hablan de persecución, de mordaza,como en los viejos buenos tiempos. Los católicos españoles, los tridentinos, vociferan que con Francisco la Iglesia se ha "vendido" al poder terrenal, enfatizan cobardías varias.

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