Diario de Mallorca

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Toni

No estuvimos de acuerdo en casi nada, excepto en la amistad, la tolerancia y el sentido del humor. Yo quería a Toni Alemany, admiraba su sonrisa permanente, su sabiduría enciclopédica y hasta su condición de hombre de derechas basada en un íntimo convencimiento de estar en lo cierto.

Habiendo llegado tarde a esta isla, sin recuerdos de colegio ni de apuros anti franquistas, no puedo reivindicar una historia en la que es preciso no solo saber sino pertenecer: aquello que aseguraba Toni de que no eres nadie, ni siquiera en la muerte, si en los ecos de sociedad o en la esquela no aparecen en quinta, sexta o séptima posición al menos, los apellidos Alemany o Dezcallar. Él los tenía en primer lugar y eso lo hacía mallorquín de pata negra. Una condición que, a diferencia de los demás, no le impedía ser ciudadano global y encantado de serlo. Era un monárquico convencido y recordaba feliz las visitas a Mallorca del príncipe Juan Carlos, a quien él contribuía a extrudir del insoportable cerco de franquistas de negro.

Tenía alma de periodista y corazón de discutidor . Por eso, una gran parte de la vida política de estas islas acabó ensañándose con él, cebándose en su ingenuidad.

Siempre lo recordaré sonriendo con inocencia, asombrándose de lo que hacíamos los demás como si él no hiciera nada. Siempre lo recordaré refugiándose en la solicitud de Nita, su mujer, siempre recordaré la última vez que lo vimos, cuando él empezaba a desaparecer con su bondad en ristre. Éramos amigos.

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