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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Desescalada

El descenso está amenazado por el peligro de los rebrotes que, si no pudieran ser atajados, obligarían a un nuevo confinamiento y a una catástrofe económica aún más dolorosa que la que vamos a vivir

De cuando en mi primera juventud empecé a familiarizarme con la montaña atesoré sus enseñanzas: subir es muy cansado, tienes en contra a la gravedad, pero es seguro; bajando la tienes a favor, pero es peligroso y las rodillas sufren. Ahora estamos en la llamada fase cero del plan del gobierno para desescalar una vez constatado que la curva de infectados por el coronavirus se ha doblegado por el confinamiento. El objetivo es la recuperación de la economía protegiendo la salud hasta que la vacuna esté disponible. El descenso está amenazado por el peligro de los rebrotes que, si no pudieran ser atajados, obligarían a un nuevo confinamiento y a una catástrofe económica aún más dolorosa que la que vamos a vivir. El plan fue presentado por Sánchez el pasado martes, en otra intervención televisada del presidente del gobierno plagada de interrogantes. La ruta hacia la nueva normalidad previa a la disposición de la vacuna será gradual, asimétrica y coordinada por el gobierno. Tendrá, a partir del 11 de mayo, tres fases de dos semanas cada una que culminará a finales de junio, en el supuesto de que se cumplan las previsiones de contención de la pandemia. Para ello se precisará el apoyo parlamentario para sucesivas prórrogas del estado de alarma.

Son precisamente las necesarias prórrogas las que están en el alero. ERC ya ha manifestado en el Congreso el malestar por la presentación de un plan confeccionado por el gobierno sin consultar ni informar previamente a las comunidades. Ese malestar está compartido por el lendakari vasco. Rufián alertó el miércoles de que la legislatura está en peligro si Sánchez se obstina en el camino seguido. PP y Ciudadanos criticaron las inconcreciones del plan y Casado acusó directamente a Sánchez de mentir y hacer el ridículo. Se abre pues otra incertidumbre más al no disponer PSOE y Unidas Podemos de suficiente mayoría para asegurar las prórrogas necesarias para continuar el estado de alarma hasta finales de junio. Como es inimaginable que el plan salte por los aires por falta del parapeto del estado de alarma, lo lógico sería que Sánchez se esforzara en llegar a un acuerdo con PNV y ERC para reeditar los apoyos a la investidura. Si no lo consiguiera, por motivaciones estrictamente de salud pública estaría obligado a intentarlo con PP y Cs, que impondrían condiciones; pero, sin ningún acuerdo generalizado con ellos para la recuperación económica, podría enajenarse el apoyo de los independentistas para el resto de legislatura y la convocatoria electoral estaría próxima. Los que también han manifestado su desacuerdo con el plan son algunos sectores económicos, como la hostelería. A falta de más concreciones, que, según el gobierno, dependen de la evolución de la pandemia, algunos requisitos, como son la autorización de apertura de bares y restaurantes pero sólo con el 30% de ocupación de las terrazas y ninguna en el interior para la fase 1, son inasumibles para la mayoría del sector. Si a eso añadimos que, por ejemplo, en Palma, ya se han pronunciado algunas entidades en contra de que en el espacio público se permita la ampliación de la ocupación de terrazas, se presenta como más improbable la recuperación del empleo. No se acaba de entender este fundamentalismo para unos momentos tan delicados. No sólo se trata de la supervivencia de los negocios; también de los puestos de trabajo.

Sánchez se aferra en su discurso a la idea de que estamos en guerra. Pero no es lo mismo el confinamiento que estar en una trinchera con las balas del enemigo silbando sobre nuestras cabezas. Quien puede contagiarnos no es el enemigo, puede ser una madre o un hijo o un vecino. Se apela a esa idea para cohesionarnos en torno al jefe del Estado Mayor de la guerra: Sánchez. Pero Sánchez ni es Churchill ni tiene habilidades para despertar la emotividad entre los televidentes y su continua apelación a la épica podría degenerar en el ridículo. La extrañeza de la situación se incrementa al constatar que el planteamiento gubernamental es el de la guerra y por tanto las consecuencias negativas son las que se sufren por parte de su conducción. La primera víctima de una guerra es la verdad. En efecto, el gobierno contabiliza únicamente los muertos diagnosticados por los test PCR, obviando todo el exceso de muertes constatado respecto de otros años, especialmente en residencias de ancianos; no solamente no da datos de sanitarios muertos, también enreda con los datos de test PCR realizados. El martes, Sánchez se aferró a unos datos equivocados de la OCDE, para jactarse de que estábamos entre los países que más test habían realizado hasta el momento. Los que estábamos atentos a su rueda de prensa no salíamos de nuestro asombro: Sánchez se ufanaba de estar entre los diez países que más test habían realizado, cuando desde la mañana sabíamos todos que la OCDE había corregido su error y nos colocaba en el puesto 18. O su equipo de propaganda no le había informado (increíble) o se estaba agarrando al plus de propaganda televisiva. Conociendo al personaje?

Los pactos de la Moncloa de 1977 fueron posibles por la especial situación institucional, política, económica y social de aquel momento. También por la estrategia de Suárez y Carrillo de encajonar al PSOE. Pero lo decisivo era un gobierno de un partido de centro-derecha con 165 diputados en el que también militaban los socialdemócratas de Ordóñez. Nada que ver con el gobierno de izquierda y extrema izquierda de Sánchez con 155 diputados apoyado por los independentistas que quieren destruir el Estado. Pretender que la derecha pueda apoyar durante cuatro años a este gobierno es un ensueño. Pretender que este gobierno impulse las medidas para que la economía y las empresas salgan de este marasmo es otro sueño. Los sueños de la razón producen monstruos.

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