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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

El silencio de la pandemia

Cort propone a los ciudadanos que le hagan llegar sus fotos de la Palma sin ruido que habitamos estos días; ojalá se tomasen más en serio su obligación de luchar contra la contaminación acústica

Dice la concejala de Salud del Ayuntamiento de Palma, la socialista Elena Navarro, que una de las cosas que recordaremos del estado de alarma es la experiencia de una ciudad más silenciosa, y ha invitado a la ciudadanía a tomar conciencia de la importancia de la "higiene sonora". El gobierno municipal como una interminable sucesión de chorradas condescendientes al hilo de la inacabable sucesión de días internacionales de las más variopintas cosas. Ayer tocaba el día internacional sobre la "concienciación del ruido" y la propuesta municipal consistió en que la gente colgara fotos de la Palma callada que habitamos estos días. Hay que tener muy poco trabajo, siendo la edil de Salud de una capital en medio de una pandemia, para semejante propuesta. Que se presta a recibir retratos del silencio de las cajas registradoras de los comercios cerrados, de los patios de los colegios vacíos, de los cines clausurados, de las sobremesas de las familias con enfermos. Suerte que la efeméride no caía hoy, día del cobro de nóminas recortadas que invitaría a algún suspiro taciturno que rompiera este remanso de paz social. El silencio de los cementerios lo aprecian los poetas, no el común de los mortales. Un silencio, que como todo, además va por barrios. De dos meses de confinamiento, yo he disfrutado de dos semanas de esa "higiene sonora" de la que habla la regidora. Mi foto es la de niños y mayores encerrados en sus hogares, y rodeados del mismo trasiego de camiones y grúas, con sus dispositivos chirriantes para avisar de la marcha atrás, desde el punto de la mañana. En las viviendas rodeadas de actividad constructora hay poco margen para una visión idílica de la crisis sanitaria, si es que existe. Suerte que cualquier foto de hormigoneras a todo trapo también es muda.

Ojalá que, lejos de convocar concursos de fotos en las redes sociales, la concejalía de Navarro hubiese aprovechado el tiempo en calma del que presume para dar un empujón a los expedientes sobre contaminación acústica que cogen polvo encima de su mesa, o para rearmar a esta ciudad contra el ruido que vendrá. El que, según la Oficina de la Defensora de la Ciudadanía, ya constituía el principal problema de esta urbe turística antes del estado de alarma, y que concentra la inmensa mayoría de las quejas de los vecinos. Un ruido que denuncian en balde quienes lo sufren, con la consiguiente merma de su derecho al descanso, y contra el que existe un fárrago de leyes que se incumplen sistemáticamente ante la abulia de la administración. Un ruido consentido por el consistorio, cuando no amplificado por su acción y su omisión. Me atrevo a augurar que la muy previsible recesión económica que nos va a traer la postpandemia se va a paliar con más ruido, no con menos. Quiero ver cuánto pesará el criterio de "higiene sonora" cuando se tenga que decidir si se ensanchan las terrazas, si se permiten usos vedados en determinados lugares, si se amplían horarios de las actividades más invasivas y estrepitosas, o si más bien se invoca la recuperación. No soy capaz de visualizar este malsano paréntesis de silencio del que Cort me invita a tomar conciencia sino como la calma que precede a otra tempestad de ruido.

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