Si el rechazo a la proximidad de un médico en tiempos de pandemia provoca perplejidad, el sentimiento vira hacia la estupefacción cuando se agrede siquiera verbalmente a la cajera del supermercado que vive en el piso de al lado. Frente a la absurda elevación del encierro domiciliario a un despliegue de coraje, un engreimiento que ya ha sido desmontado por Eduardo Mendoza, denigrar a quienes se juegan la vida en primera línea y no precisamente por sueldos estratosféricos brinda nuevas perspectivas a la abyección. Conviene recordar sin embargo que estas conductas son secuelas del arresto, y que buena parte de sus autores se avergonzarían en otras circunstancias. El odio en tiempos del cólera, también los médicos suizos quisieron marcar en su día a los enfermos de sida.
Las matemáticas son más útiles que las leyes para desactivar a los torquemadas. Los datos reales sobre la pandemia apuntan a millones de españoles contagiados. Bajo esta premisa, la probabilidad de que se halle un afectado por coronavirus entre la veintena de vecinos iracundos supera en porcentaje al posible contagio del médico individual, aunque la justicia numérica no llega al punto de avalar que el afectado sea el autor del anónimo infamante. Y admitiendo la exigencia de limpieza de sangre a domicilio, quienes se aterran ante vecinos separados por muros de cemento deben especificar qué tipo de garantías sanitarias exigirán antes de subir a un avión.