La inquietud se ha apoderado de nuestras vidas. Vivimos encerrados, con nuestras familias o sin ellas. Demasiado acompañados o demasiado solos. Pero vivimos con inquietud. Inquietos por ese virus, al que llamábamos coronavirus y ahora Covid-19, del que no hay vacuna, que puede colapsar nuestro sistema sanitario (bendita sanidad pública). Vivimos inquietos por si nos vamos a contagiar, por si se contagiará nuestra pareja, nuestros hijos, padres, abuelos, amigos. Salimos a la calle inquietos, vemos pasar a la gente a distancia, procuramos no acercarnos, nos incomoda no poder dar la mano a un conocido con el que coincides en el supermercado, te inquieta no saber si estás cumpliendo bien con tus obligaciones. Y, cada día más, nos inquieta el futuro, el panorama económico no es halagüeño, no parece que podamos salir de esta crisis sanitaria para volver a la normalidad, nadie es capaz de darnos seguridad sobre nuestro futuro.

Se nos dice que es la situación más complicada que ha vivido Europa, el mundo entero, desde la Segunda Guerra Mundial, en España eso equivale a la Guerra Civil y su larga, gris, horrible posguerra. Pero no se si es comparable, sin duda no puede ser peor, el punto de partida es mejor: vivimos en una democracia, en un estado del bienestar que si bien ha sido cuestionado, criticado, reducido, ha resistido lo suficiente para convertirse en la única seguridad que tenemos hoy, nuestra sanidad pública, nuestros servicios públicos en general, nuestras leyes laborales que protegen a los trabajadores. Bendita democracia, bendito estado social y democrático de derecho.

Pero no vivimos con la seguridad de hace unos meses, unas semanas siquiera. El mundo seguro en el que vivíamos parece que no volverá, ojalá nos equivoquemos si lo vemos así. Quiero encontrar razones para la esperanza y el optimismo. Me digo que la Unión Europea nació para que no volviera a repetirse la Segunda Guerra Mundial, para que los europeos nos sintiéramos ciudadanos de este continente y dejáramos atrás siglos de guerras fratricidas, uno de los padres de esta bella historia, Robert Schuman, dijo que Europa no se haría de una vez ni en una obra de conjunto: se haría gracias a realizaciones concretas, que creasen en primer lugar una solidaridad de hecho, lo dijo un 9 de mayo de 1950, y pienso que veremos esa solidaridad de hecho, que nos ayudará a salir de las crisis encadenadas que nos tocará vivir, y que podremos soñar, de nuevo, en dejar un mundo mejor a nuestros hijos.

Pienso que si Europa sabe ser solidaria estaremos construyendo esa ciudadanía europea que perdimos por el camino, enredados en las políticas económicas que no pensaban en las personas. Y pienso en Stefan Zweig, y en como dentro de unos años tal vez contaremos que antes de esta crisis vivimos en un mundo diferente, el mundo de ayer, pues sus palabras, con toda la distancia que cabe, nos hacen pensar que en esa Europa de entreguerras se vivió un sentimiento parecido al que tendremos, a nuestra inquietud, porque Zweig decía, precisamente al inicio de El mundo de ayer, que buscando una manera práctica de definir la época en que creció y se crió acaba concluyendo que fue la edad de oro de la seguridad.

Tal vez también estamos dejando atrás una edad de oro de la seguridad, pero jamás en la historia tuvimos tantos instrumentos para reconstruir nuestras seguridades, que se fundamentan en nuestros derechos y nuestras libertades, resguardados por los sólidos muros del estado de derecho y de la democracia, recordémoslo cuando nos encontremos ante las elecciones a las que se refería Yuval Harari en un reciente artículo, cuando tengamos que escoger entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano, en ese momento demostremos que hemos aprendido las lecciones de la historia, y elijamos el camino de la libertad y los derechos, y cuando nos encontremos en la encrucijada entre aislamiento nacional y solidaridad mundial recordemos que la crisis del virus, igual que las grandes crisis que ya estaba viviendo el siglo XXI, no entienden de fronteras, ni nacionales ni sociales. Recordemos que el mundo que Zweig creía perdido, esa Europa que se quedó sin todas las seguridades y acabó en el mayor de los horrores de la historia, lo superó y alumbró un mundo mejor, aunque el escritor austríaco, consumido por el pesimismo, no lo viera. Si lo hicimos una vez ¿porqué no podremos hacerlo cuando la tormenta pase? Esa será nuestra lucha en el mundo de mañana.