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Matías Vallés

No hay sitio en portada

Si Pedro Sánchez dimitiera hoy, Dios no lo quiera, su abandono del cargo tendría dificultades para colarse entre la maraña de informaciones del coronavirus. En España, porque en el resto del mundo quedaría absorbido por la pandemia y reducido a proporciones ridículas. En el terreno de las noticias indeseables pero antaño mayúsculas, lo mismo ocurriría con la abdicación del Rey o con la fuga de la carcel de Oriol Junqueras, ¿alguien se acuerda de él? Tampoco impactaría la exclusiva de que una estrella deportiva "estará cinco meses de baja tras partirse la pierna entrenando en casa". Las noticias no tienen peso.

Obtener un hueco en la portada de Google sin estar contagiado del coronavirus se ha puesto muy caro. Ni el Papa ni Isabel II pueden proporcionar una noticia global que durante un solo día arrincone a la obsesión con la pandemia. El bicho ha logrado algo más importante que derrotar a Trump, lo ha hecho callar. De ahí que los tres comunicadores citados en este párrafo se hayan concentrado, obsesivos, en pulir sus dotes dialécticas discurseando en exclusiva contra el Covid-19. La información hipertrofiada se nutre del parásito por excelencia, los epidemiólogos consideran que la capacidad de arrastre de los titulares puede ser más útil que la llegada del calor para resolver la crisis sanitaria.

Un atentado terrorista iría por detrás en portada de un ciudadano con querencias anarquistas que se ha limitado a infringir el encierro saliendo a la calle. La humanidad entera se congrega por fin en torno a un sentimiento compartido, el pánico. El mundo contemporáneo no había vivido nunca tanto tiempo pendiente de una sola noticia, reducida en esencia a una estadística de contagiados y curados, con el obligado parte de bajas. Ni un terremoto o volcán, ni siquiera una apocalíptica explosión nuclear, pueden competir con la exaltación del coronavirus. El diablo se ríe cuando hablamos del futuro, pero todos conocemos ya de qué hablarán los titulares de mañana. Y de pasado.

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