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La vida post pandemia

Los burócratas de Bruselas empiezan a comprender que están ante su gran desafío y que no pueden volver a errar como en 2008

Después de unas semanas muy malas se atisban indicadores que apuntan a una estabilización de la enfermedad. Las autoridades trabajan en una vuelta muy larga e incierta a otra normalidad todavía sin concreción.

Es pronto para saber cómo serán las cosas después de este maldito virus, pero hay algo que podemos conjeturar: haremos más carriles bici y más anchos porque ya los están haciendo los alemanes en cuatro distritos de Berlín. El transporte público no será seguro hasta que haya una vacuna. También vamos a porfiar en conseguir autoabastecimiento energético (solar). Debería plantearse como una cuestión de seguridad nacional. Y nos replantearemos la pugna entre lo que unos llaman la vigilancia totalitaria y otros el empoderamiento ciudadano.

Vamos a ver más políticas redistributivas. Una nueva prestación social en forma de renta mínima que garantice unos ingresos básicos a muchos hogares que se queden sin recursos: pequeño comercio, determinados sectores de servicios, actividades de ocio y similares relacionados con el turismo, los agricultores, los oficios, etc., pues no se recuperarán antes de un largo año. Sus explotadores eran mileuristas que llevan sin facturar desde el 13 de marzo. Además de los que hasta ahora vivían de una pensión no contributiva, de una renta mínima de inserción, de una ayuda por hijo a cargo o similar.

Determinadas profesiones públicas criminalizadas por ese sector de la sociedad, entre envidioso y excesivamente ideologizado, recuperarán prestigio social. En los países escandinavos un profesor, un sanitario, un bombero, un policía, etc., es visto con respeto y empatía porque se valora su función social. Aquí no. Pero la respuesta de la sanidad pública y resto de los colectivos citados ante la pandemia aclarará las cosas. Además, la inevitable próxima bajada de sueldos por el tremendo roto en el presupuesto público a todo este personal, entre el que como funcionario me incluyo, ayudará a la reconciliación.

Colaboro con Diario de Mallorca desde 2011 reivindicando la reindustrialización de España. Su peso sobre el PIB es de sólo un 16%. Muy poco para un gran país con tantos recursos. La pandemia supondrá esa deseada reindustrialización y la relocalización de muchas manufacturas. No sólo en España, sino en el mundo entero. Hemos delegado globalmente la producción en China porque los salarios eran muy bajos. Ahora no tanto. Piense en cualquier prenda que lleva puesta, en su móvil, televisión, en su coche barato o caro (Volvo también es china), su mascarilla o en cualquier otra cosa. Pues la hace China. Podemos plantearnos trabajar con Corea y Taiwán en todo aquello a lo que no lleguemos. Es una cuestión de negociar y de que no nos manden más batas de papel o plástico papel film, mascarillas o test de la señorita Pepis a precio de jabugo.

Vamos a comprar mucho más 'online' y todos aquellos que podamos teletrabajar deberíamos poder hacerlo. Hay muchas profesiones que son susceptibles de beneficiarse de ese sistema. Para las empresas resulta mucho más productivo y barato que alquilar una oficina con una serie de costes fijos enormes. Para los trabajadores supone ahorro de costes y tiempo de transporte, así como una mejora en sus condiciones de conciliación familiar. Si te tienes que reunir alquilas espacios de coworking u otras formas que también irán surgiendo como oferta ante las nuevas necesidades que surjan.

Desarrollaremos costumbres que sean socialmente aceptables y la presión de nuestros círculos más cercanos nos hará adoptarlas rápidamente. Primero, más higiene; no sólo personal, sino también en los bienes públicos. Empezaremos a llamar la atención severamente a los que tiran los guantes contaminados en el aparcamiento o en la acera. O a los que dejan las cacas del perro en mitad de la calle. En pocas palabras se redefinirá el concepto de 'globalización' tal y como lo conocemos. Y los que vivimos felices instalados en nuestro cocooning cada vez seremos más.

Si Trump sigue en el poder, cosa que empiezo a dudar por primera vez desde hace pocas semanas, China y Estados Unidos serán feroces contendientes en la próxima Guerra Fría que ya ha empezado. O tenemos un poco de suerte y los americanos toman conciencia del sociópata que les dirige para que les sustituya el senil pero muy empático Biden, o la Familia Deng, bien conocida en Guandong, prosperará en su afán de deshacerse de Xi Jinping y reemplazarlo con un gobierno más joven y dinámico. Un gobierno que conecte mejor con Europa y EE UU.

Y luego está nuestra querida Europa. La del "contigo porque me matas y sin ti porque me muero". Los burócratas de Bruselas empiezan a comprender que están ante su gran desafío. Que, si vuelven a errar como en 2008, Salvini, Le Pen, Orbán, Jaroslaw y compañía van a ampliar el club a lo grande y van a convertir el Libro Blanco de los 60 años de la Unión Europea en El Catón que los que peinamos canas leíamos en el colegio.

Ya tienen claro que no va a haber "coronabonos", porque es cierto que los últimos cinco años hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y no hemos sabido gestionar los superávits de los fabulosos ingresos fiscales de estos años. Kenneth Rogoff intuye una profunda recesión global con un calado no visto desde la Gran Depresión, aunque mucho más corta en función de la respuesta científica a la vacuna.

Es preciso que Holanda (cuasi paraíso fiscal) y Alemania sean mucho más generosos y acuerden importantes moratorias para los países más perjudicados, entre los que nos encontramos. Que todos abandonemos el lenguaje bélico y belicoso ante la pandemia y crezcamos en solidaridad.

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