Diario de Mallorca

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Antonio Aguiló

Un olvido esencial

Durante las últimas semanas he leído sesudos análisis sobre el fenómeno de la pandemia abordados casi siempre desde una perspectiva macro: que si el capitalismo, que si la lucha por la hegemonía mundial y otros factores explicativos de por qué estamos como estamos. No niego la necesidad de estos análisis, pero a menudo olvidan que el problema de las grandes transformaciones económicas, sociales y políticas ocurridas a lo largo de la humanidad es que pocas veces se han acompañado de cambios significativos en nuestra fibra ética y emocional.

Para superar esta y las sucesivas pandemias que vengan necesitaremos cambios estructurales, pero sobre todo cambios de comportamiento capaces de alterar el sentido de la convivencia. Somos esclavos de formas de vida basadas en lo que Erich Fromm llama la cultura del tener, prisioneros de una construcción psicológica y social que inculca el individualismo, el consumismo, la competitividad, el conformismo, la prisa, la ausencia de reflexión y el postureo. Todo ello alentado por los imperativos de un sistema capitalista y patriarcal que incita a acumular siempre más riqueza y poder.

Ahora hemos sido golpeados. El coronavirus ha detenido hábitos y estilos de vida establecidos desde hace mucho. De repente, tenemos tiempo para conectar con nuestro yo interior, para descubrir nuevas formas de desarrollo personal, de relacionarnos. Nos damos cuenta de que vivimos frenéticamente, de que estamos alienados, de que asumimos metas vitales que no siempre hemos elegido. ¿Acaso vivir una vida que ahoga muchas de las posibilidades prometedoras que hay en nosotros no es una grave injusticia?

La crisis del coronavirus nos ha llevado a un confinamiento forzoso con nuestros propios pensamientos y emociones. La vida desnuda fluye en el interior de cuatro paredes con todas sus contradicciones, angustias y aspiraciones. Un confinamiento que ha dejado al descubierto nuestra fragilidad individual y colectiva y, con ella, el recordatorio de algo que habíamos olvidado o ignorado: nuestra vulnerabilidad, nuestra contingencia y nuestra finitud. También ha puesto en evidencia, como decía el poeta, que el ser humano no es una isla, sino una trama de relaciones en un mundo interdependiente.

El confinamiento ha puesto ante nuestros ojos la necesidad de una nueva vida interior. Se habla de las oportunidades que se abren para un cambio de rumbo social. Pero no hay que engañarse. No habrá una auténtica transformación social sin una profunda transformación de nuestra forma de ser colectiva e individual. Recuperar esta vida interior se ha vuelto abrumadoramente difícil. Sin embargo, Benjamin Barber apunta el camino: "La libertad humana no se encontrará en las cavernas de la soledad privada, sino en las ruidosas asambleas donde mujeres y hombres se reúnen diariamente como ciudadanos y descubren en el discurso de los demás el consuelo de una humanidad común". Una cosa es cierta: estamos confinados, pero no vencidos.

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